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Emilio Calatayud se abanica con un legajo en su despacho (al que, por cierto, no ha llegado todavía el retrato de Felipe VI, el nuevo rey).
«Di permiso a un preso para que fuera a un concurso de cante y ganó»

«Di permiso a un preso para que fuera a un concurso de cante y ganó»

Casi todo el mundo sabe que Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) es juez de Menores en Granada. Menos conocida es su faceta de magistrado de Vigilancia Penitenciaria, una misión que asume en agosto para que Pedro Joya, el titular de dicha plaza, pueda veranear

Carlos Morán

Sábado, 9 de agosto 2014, 00:19

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En agosto hay movimiento en la cárcel. Es una época en la que los presos suele pedir permisos para poder estar con su gente. Es normal. Y, en general, no te fallan: vuelven cuando les toca». Cuando el calor granadino exhibe sus bíceps con más descaro, Emilio Calatayud ha de ponerse la toga de juez de Vigilancia Penitenciaria sobre la de juez de Menores, que es su ocupación habitual. Lo de la doble 'túnica' es solo una licencia literaria: la realidad es que en ambos destinos acostumbra a trabajar en mangas cortas, que es lo que pide el cuerpo -y el sentido común-.

Compaginar mundos tan aparentemente distantes como son el de los niños infractores y el de los adultos 'enchironados' no le supone un gran esfuerzo. Más que nada, porque lleva haciéndolo años. La norma dicta que el magistrado encargado de la Vigilancia Penitenciaria sustituya a los de Menores -porque en Granada hay dos-, y viceversa. Bajas por enfermedad aparte, los normal es que la 'delegación' de funciones entre uno y los otros se dé en verano.

A Emilio Calatayud le toca estar al pie de los cañones -del de Vigilancia y del de Menores- buena parte del mes de agosto, ese raro tiempo en que en Granada es posible aparcar casi en cualquier calle -si ese fenómeno aconteciera en septiembre o febrero, sería considerado un expediente X-. En resumen, que la capital no parece ella. Y eso a don Emilio le gusta. De ahí que opte por laborar en agosto, que es el mes vacacional por excelencia para la mayoría de los españoles (que tienen un empleo).

Prudencia

Pero el sosiego estival de la ciudad no se corresponde con el 'meneo' que hay en el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. «La actividad en agosto no es diferente a la de cualquier otro mes. Hay que tener en cuenta que los internos no dejan de pedir permisos porque llegue el verano. Más bien ocurre lo contrario», explica el togado manchego-albaicinero.

Los magistrados de Vigilancia Penitenciaria tienen la delicada tarea de velar por los derechos de los presos. Deben supervisar el modo en que cumplen las condenas que les han sido impuestas y corregir los posibles fallos que pueda cometer la administración.

En este sentido, conceden o revocan libertades condicionales, resuelven recursos de los reclusos, autorizan salidas del presidio, atienden quejas... No, no es fácil la labor del juez de Vigilancia Penitenciaria. «Hombre, es verdad que contamos con los informes de la junta de tratamiento a la hora de dar un permiso o una libertad condicional. No es como tirarse al vacío sin red», indica el jurista.

Sea como sea, en su 'segunda ocupación' Calatayud no hace nada que no hiciera el titular de la plaza, que es el magistrado Pedro Joya. Y si se presenta algún tema especialmente problemático, lo consulta con él. «Como es natural, yo me guío por su experiencia. Él es que más sabe de esto», razona.

Su prudencia no fue obstáculo para que, en una ocasión, concediera un permiso de salida a un preso para que participase en un concurso de cante jondo. El interno regresó a la cárcel cuando debía, que siempre es lo más importante, y, además, se trajo el primer premio del certamen. Así que miel sobre hojuelas. «Sí, sí, ganó», recuerda el juez sin poder reprimir un sonrisa. «En general», añade el magistrado, «los presos no te fallan y vuelven cuando tienen que volver». No todos llegan con galardones y laureles, pero retornar, retornan, que, a fin de cuentas, es de lo que se trata.

Viejos conocidos

Cuando ejerce como juez de Vigilancia Penitenciaria -y de Menores-, don Emilio suele visitar la prisión de Albolote. Y es normal que allí se reencuentre con viejos conocidos, con delincuentes a los que juzgó cuando eran chavales y a los que no pudo enderezar. «Hablo con ellos y eso me sirve para recordarme que todo el mundo tiene una historia y que esa historia puede condicionar tu vida», enfatiza.

¿Son sus fracasos? El juez Calatayud no le tiene miedo a esa palabra, pero evita culparse. «No, no son mis fracasos. Lamentablemente, hay un 10% de personas que son carne de cañón. Van del centro de internamiento de menores a la cárcel y luego, otra vez a la cárcel. Yo tengo algún amigo en esas circunstancias».

¿Y qué impresiona más, el 'talego' de los adultos o los correccionales en los que encierran a los menores? «Los correccionales, porque los que están allí son niños».

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