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El líder que cuida a la manada

El líder que cuida a la manada

La gente le pide que resuelva los problemas de convivencia con sus perros y tras dos años presume de haber salvado más de seis relaciones

LAURA SANTACRISTINA

Miércoles, 16 de julio 2014, 00:31

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Él es quien obliga a madrugar a sus clientes. En verano comienza a recorrer el cuadrilátero que queda entre la calle Recogidas, la Acera del Darro, el Paseo de Ronda y el río Genil a las ocho y media de la mañana. Entre sus calles, además de recoger perros atrapa miradas: las de todos aquellos que se voltean para observar bien al hombre espigado que camina hasta con 12 animales atados a la cintura. Su silueta es tan familiar para el barrio como la del pico Veleta para el conjunto de los granadinos.

Los dueños no tendrán que ocuparse de sus mascotas hasta pasadas cuatro horas. En ellas Sergio corregirá sus malos hábitos, los animará a ser amigos y les enseñará a obedecer.

La gente le llama el paseador de perros pero él siempre lleva en uno de sus bolsillos el carné que acredita desde sus estudios como educador y adiestrador canino. Lo hace por si la Policía le para en la calle, aunque confiesa que eso ya es difícil que pase. «He tenido clientes de la Policía Nacional e incluso una vez fui al juzgado y el de la toga me dijo: ¡Tú eres el de los perros!».

Laura necesitaba que Tango dejara de romperle la casa: «Volvía de trabajar y había destrozado las plantas y rasgado algunos muebles». Hace seis meses que sale a pasear con la manada y ya no tiene ese problema, que en muchas ocasiones es uno de los que motiva a algunas personas a abandonar a su mascota.

Sergio presume de conocer tan bien a las personas como a los perros y es que a sus 54 años ha dedicado la mitad de su vida a ser enfermero de la Cruz Roja y en un hospital porteño. «Lo más importante es que se relacionen con otros animales lo antes posible, a partir de los tres meses, porque hasta entonces deben permanecer con su madre», explica.

En su familia canina hay lugar para todos. Perros grandes, pequeños, tímidos y aguerridos pasean juntos cada día. Cada nueva incorporación es una exaltación de la amistad: el que haya llegado último se dedica a echarse sobre los que ya son sus compañeros de fatiga. En ese momento Sergio se impone y con un efectivo grito que bien podría ser un ladrido con acento argentino logra poner orden en el alegre descontrol.

Ha enseñado a cada miembro de la manada cómo caminar, de forma que ninguna de sus cuatro patas puede ir más adelantada que las dos piernas del líder. Y cuando se mezclan con el ajetreo que llena la ciudad de personas, coches, motos y ciclistas, ellos se mueven muy juntos en la misma dirección. Desde lejos parecen el Genil dibujando sus meandros.

Resolviendo conflictos

Su destino es el espacio canino del parque Tico Medina, donde Sergio les dejará libres de ataduras. Pero antes, hará que todos los perros se sienten en fila el uno junto al otro. Y hasta que él no haya terminado de despojarse de todas las correas que amarran su cintura, ninguno podrá marcharse a jugar.

Allí coincide habitualmente con personas que van al parque al mismo tiempo que Sergio para que sus perros jueguen con el pelotón. Como en cualquier barrio, en ocasiones los vecinos se enfrentan. Y hoy ha llegado al parque una perra de 9 años que pondrá en jaque la tranquilidad de los demás, Trigo. Sergio dice que su cola busca pelea:está tiesa y se mueve muy rápido de lado a lado pero sin tocar ninguno de los lomos. No se equivoca porque enseguidaTrigo se lanza a morder al otro líder,Robin, que responde con reflejos y provoca que otros dos perros de la manada se lancen contra la atacante. Entonces Sergio entra al trapo y detiene la acción con un bramido severo y unos empujones que logran dispersar a todos.

Sin embargo, y aunque algunos perros ya hayan dejado claro que no se gustan, lo que hará Sergio será obligarles a hacerlo. Después de un rato paseando a solas con Trigo la invitará a sentarse junto a Robin y los demás. Cada vez que alguno intenta escaquearse de esa incómoda compañía, él le fuerza a seguir allí. Curiosamente, ninguno volverá a pelearse más ni tampoco a menear su cola nerviosa y tirante.

Sergio sueña con tener un cortijo donde acoger a cientos, miles de perros. Con estanques, casitas y grandes extensiones de hierba donde enseñarles a ser una familia. Un lugar en el que poder formalizar su trabajo y vivir de ello. Porque lo que comenzó siendo una forma para salir de la inactividad cuando pasó a engrosar la lista del paro, se ha convertido en una fórmula mágica para su vitalidad. Tiene 54 años, pero se mueve como si tuviera los 3 de un perro. Y al escucharle hablar, de forma atropellada y entusiasta, cabe preguntarse si realmente no es él quien contagia de energía a los que saca a pasear.

Ha llegado el momento de volver a casa. Uno se desplomará sobre el sofá y todos los demás desfallecerán esperando el siguiente madrugón.

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