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El carro del Albaicín
OPINIÓN

El carro del Albaicín

Este carro es mi propia calle, el Albaicín mismo: un barrio despreciado por la actitud incívica de unos pocos, por el silencio de muchos

PABLO RODRÍGUEZ

Sábado, 15 de febrero 2014, 02:15

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Los vecinos que nunca se ven son los ideales. A mí, que ando poco por mi calle, se me ha cruzado todos estos días uno que no deja de asombrarme. Lleva instalado en mi puerta cinco días, durmiendo la mona de unos desconocidos que lo dejaron allí en mitad de la noche. Este carro sin patria ni pendón -ni la marca del super aguantó la fiesta- descansa la borrachera a la sombra de una antigua casa de paso. Imagino que no recuerda que los tiempos se llevaron por delante ese pedacito del Albaicín que nos legaron los antiguos y por eso aguarda en un camino que no lleva ya a ninguna parte.

Yo, que de tarantos y fiestas sé lo suficiente, he estado por bajarle un café y una manta a mi nuevo vecino. Porque este carro es mi propia calle, el Albaicín mismo: un barrio despreciado por la actitud incívica de unos pocos, por el silencio de muchos. El metal solitario del carro resuena con los pasos como lo hacen los muros de las casas que se caen a su alrededor. La suciedad lo envuelve con el mismo desprecio que mancha el empedrado y las paredes de este barrio.

Al final le he cogido cariño a este vecino metálico que tiene tanto de albaicinero, arrumbado por otros ante una puerta que no da a ningún sitio. No sé cuánto durará su calvario, si no hay esperanza para él o una mano salvadora lo devolverá al supermercado. En cualquier caso me entristece su lamento. Esopo, que de historias sabía un rato, dijo una vez que la rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido. En esta parte de la ciudad, el estruendo es inmenso.

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