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Carlos (izquierda) trabaja en la recolección de suministros. En el vídeo, el camino que realiza una de esas bolsas hasta su destino.
El granadino que presenció a Yolanda
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El granadino que presenció a Yolanda

Carlos Galán Moreu, misionero redentorista de 25 años, ayuda a reconstruir Filipinas después del terrible tifón del pasado 8 de noviembre

JeCABRERO (@jecabrero)

Sábado, 23 de noviembre 2013, 05:15

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Los sacos de arroz se apilan sobre el camión y, encima, una veintena de jóvenes redentoristas, como tejas sobre la viga. El abrasador bochorno de Filipinas queda suavizado con cada acelerón del conductor, lo que no impide que las gotas de sudor se congelen en la espalda. El camión avanza presuroso por la carretera de Bogo, tumbando el horizonte de la isla de Cebú a su paso: palmeras arrancadas, tierra desmembrada y maderas con olor a colosos de salitre. Supervivientes y desheredados de Yolanda, el mayor tifón del año, esperan como agua de mayo -desafortunada comparación- los suministros que han recolectado en la parroquia. «Parece mentira», piensa Carlos sobre su saco de arroz, «que hace un mes estuviera en Granada».

Carlos Galán Moreu es un joven granadino de 25 años, misionero redentorista, que viajó a Filipinas como parte de su proceso de formación. «La idea es conocer otro tipo de vida que no es la europea, mejorar el inglés y tener una experiencia de pastoral, de inmersión en la pobreza», explica. Lo que no sabía es que el día que despegaba su avión, el pasado 15 de octubre, un terremoto de 7,2 grados en la escala Richter sacudiría la isla filipina de Bohol, dejando un centenar de muertos y destrozos incontables. Ni que veintidós días más tarde, cuando empezase a hacerse a la rutina filipina, Yolanda llamaría a la puerta, como el lobo del cuento.

Al otro lado del teléfono su voz suena calmada, pese a que acaba de llegar de una de las zonas más devastadas de la isla. Es imposible, dice, no recordar cómo fue: «el 8 de noviembre estaba en Cebú, en una casa de retiro que los redentoristas tienen en las montañas. Toda la isla sabía que iba a haber un tifón y, efectivamente, el día amaneció negro. Si tan solo hubieran dicho que sería como un tsunami, muchos hubieran huido». Eran las 10:30 horas cuando un amigo le sugirió que se apartara de las ventanas, donde Carlos veía impresionado la potencia del viento. «Al poco de apartarnos se rompieron los cristales, las palmeras se doblaron y los cocos caían con fuerza, ¡plof, plof! Estaba bastante asustado. Pero estábamos bajo techo. Bajo un techo seguro».

Lo que sucedía más allá de las ventanas rotas ya lo conocen: 4.000 muertos y 1.600 desaparecidos, hasta la fecha. Carlos y el resto de redentoristas filipinos de Cebú fueron trasladados a Dabao, una isla al sur donde «no pasó nada: ni viento ni lluvia ni nada». «Desde allí relata el joven granadino nos enteramos del milagro de la iglesia del Perpetuo Socorro en Tacloban, la zona cero del tifón. Gracias a Dios, a la iglesia no le pasó nada. Había un hospital enfrente, un edificio grande y bien construido que frenó el viento y el agua. Al quedar intacta, casi 3.000 personas se pudieron hospedar en la iglesia, ¡hasta dos mujeres dieron a luz allí!»

Habían pasado tres días desde el tifón y Carlos decidió que no se podía quedar en Dabao. «Todo el mundo en Granada me preguntaba cómo era, qué pasaba... Y me di cuenta de que mi sitio no era ese. Tenía que ayudar y viajar a Tacloban, donde todo hacía falta». Tras pensarlo mucho, se sacó el billete de avión de vuelta a Cebú y, justo antes de partir en ferry a la zona cero, le prohibieron viajar. «Llegaban rumores de que había grupos armados y organizados que atacaban a los convoyes y coches que iban con provisiones. Era demasiado arriesgado y nos cortaron el paso».

Pese a que días más tarde supieron que era un bulo, que no había pistolas ni amenazas, Carlos se encontró una Cebú necesitada. Se sumó al grupo de voluntarios que empaquetaban sacos repletos de suministros de primera necesidad, desde alimentos y medicinas hasta plásticos para reconstruir, de alguna manera, los tejados de las casas más afectadas. «La diócesis de Cebú ha organizado un programa de apadrinamiento, de manera que cada parroquia cuida de otra. Así fue como empezamos a organizar el viaje a la ciudad de Bogo, al norte de la isla, en una zona muy cercana a Tacloban».

«Estoy bien»

La mañana del tifón, Carlos perdió la comunicación con Granada. En el momento en que se restableció la línea escribió un mensaje a su padre diciéndole que estaba bien. «Luego, más tarde, llegó la preocupación real, cuando se vieron las terribles imágenes en televisión y empezaron a imaginarme ahí en medio». Desde Granada no cesan las preguntas: ¿cómo ayudamos?, ¿qué necesitáis?, ¿cómo estáis?, ¿qué tal la gente? «Y yo respondo que la gente es puro agradecimiento. Están muy afectados por todo lo que han sufrido y, si por un lado de la moneda hay catástrofe y sufrimiento, al otro está la inmensa generosidad de los filipinos. Se están volcando. Y te hablo a nivel de lo que veo, de los redentoristas, imagina esto en cada parroquia, en cada oenegé, en cada asociación de voluntarios... ¡Es increíble!»

¿Cómo se afronta una situación así? «Sinceramente no lo sé», responde. «Teniendo esperanza en que podemos ayudar a la gente, supongo. Por desgracia continúa hemos maltratado la Tierra durante muchos y creo que estamos sufriendo las consecuencias». ¿Y percibes que aquí, en Granada y en España, da igual Filipinas? «No. No lo percibo. Es cierto que, por ejemplo, dos días después del tifón, un amigo me escribió un tuit con una imagen de Goku que ponía ten cuidado con Haiyán; cuando estás aquí no haces esas bromas, desde allí, y más con nuestra malafollá, pues sí. En cualquier caso, hay muchísimo interés por colaborar y ayudar. Al margen de lo que se pueda decir de una sociedad individualista, estas realidades, que ojalá no pasaran, recuerdan que el hombre siendo siendo hombre y de que sigue ayudando a todo el que lo necesita».

El martes 19, Carlos Galán, el único granadino en Cebú (y español que él conozca), se subió a un camión que portaba un enorme cartel en la delantera: «Reparto de provisiones, por favor, no retrasar». Sobre los sacos de arroz ve cómo las casas se van derrotando poco a poco, con hogares reinventados a la hoguera de sillones y sofás a la intemperie. «Te saludan, los niños aplauden, nos chocan la mano... Es tanto el agradecimiento...». En las cuatro horas de viaje piensa en los próximos días, en las 50 familias que van a acoger a final de esta semana en la Parroquia de Cebú, y en que, hace poco más de un mes, estaba en Granada.

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