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El hermano Antonio Gutiérrez, el último limosnero de Granada. :: A. C.
El último limosnero de Granada
GRANADA

El último limosnero de Granada

Parte del presupuesto de los Hermanos Obreros de María lo aporta Antonio Gutiérrez, el 'hermano andariego' que lleva 30 años pidiendo por las calles de la capital

ANDRÉS CÁRDENAS

Domingo, 3 de noviembre 2013, 01:18

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Con una carterilla debajo del brazo en la que lleva un montón de estampas religiosas. Con el porte de aquellos pedigüeños bondadosos como San Juan de Dios o Fray Leopoldo de Alpandeire. Con la voz aguda por debajo del tono de la media y la sonrisa elegante, certera, pequeña. Así va el hermano Antonio Gutiérrez Ferrer, puerta por puerta pidiendo para que los niños sin recursos económicos puedan estudiar y comer en el centro de los Hermanos Obreros de María. El hermano Antonio es el último limosnero de Granada.

El hermano Antonio se mueve mucho. Ahora, con ochenta y ocho años, lo hace menos. Pero raro es el granadino que no lo haya visto por la calle o en las instituciones en su labor de pedir. Se ha pasado casi la mitad de su vida en esta misión que tantos buenos hombres y mujeres dedicadas a la caridad han desarrollado en Granada desde los tiempos de aquel santo loco que recogía pobres y enfermos por las calles. «Desnudo me vine al mundo y desnudo me voy a ir», dice el hermano Antonio con su sempiterna sonrisa cuando se le pregunta por el significado de su labor.

Antonio estrenó vida en Gualchos en 1926. Es el segundo de siete hermanos y dedicó su infancia y parte de su adolescencia a ayudar a sus padres en las tareas agrícolas. Su vida dio un giro radical a los 16 años, cuando sus padres se marcharon a Motril y él comenzó a trabajar en la imprenta del semanario 'El Faro'. Allí aprendió el oficio de impresor, encuadernador y tipógrafo. Su trabajo en la imprenta duró hasta que hizo el servicio militar en Jaca. Su inquietud vocacional de servicio a los demás apareció a su regreso de la mili. Fue en Motril, en una 'misión popular' que llevaban a cabo los Redentoristas, cuando Antonio Gutiérrez encontró su verdadera vocación: dedicar su vida a los demás, a los desprotegidos, a los pobres, a los jóvenes sin recursos. Ingresó para ello en algunas congregaciones religiosas como los hermanos de San Juan de Dios y los Agustinos. Estos últimos fueron los que vieron que Antonio podía dar el perfil para la obra del granadino Carlos Fernández Dorados, que quería fundar una congregación religiosa para acoger a niños desamparados.

El 'hermano andariego'

El hermano Gutiérrez se sumó a este proyecto que comenzó en Armilla en 1950, en un viejo convento alquilado a unas monjas de clausura que se habían trasladado. El hermano Carlos le habló del compromiso social que había adquirido la obra y él se sintió plenamente identificado: hay que atender a quienes más los necesitan, a los niños más pobres, proporcionándoles acogida, cuidado y formación. Así empezó 'el hermano andariego', que es como comenzaron a llamarle en Granada a ese hombre que dedicaba gran parte del día a ir por las calles pidiendo para esos niños, la mayoría de ellos huérfanos.

Sus primeros veinte años de servicio los realizó en el Centro de Reforma de San Miguel. Después se le designó la labor de 'hermano limosnero'. «Era tal su disponibilidad y su fidelidad, tenía ese espíritu tan alegre y desenfadado, que en la orden se creyó que Antonio Gutiérrez era ideal para esa misión», dice el hermano Antonio Mancebo, que ha seguido toda la actividad de su hermano andariego.

Desde entonces el limosnero ha hecho miles y miles de kilómetros por Granada en busca de esa materia prima para los niños desfavorecidos.

«La gente es buena»

El hermano Antonio Gutiérrez ya tiene ochenta y ocho años, pero dice que aún le quedan algunas fuerzas. A las siete de la mañana, haga frío o calor, esté lloviendo o nevando, se echa a la calle. Cada día su itinerario es diferente y suele coger el autobús -«el Ayuntamiento me da los billetes gratis», explica- para ir de un barrio a otro. Él sabe siempre dónde debe ir: a aquellos lugares puede sacar mejor cosecha.

-Voy a las oficinas de los bancos, a las delegaciones de la Junta, a los centros. A todos sitios. Ya me conocen y en todas partes me dejan pedir. La gente es buena.

El hermano Mancebo, que está en Huelva pero que conoce bien Granada, señala que la sociedad granadina es de las más generosas de toda España y que se vuelca extraordinariamente cuando hay que dar para los niños de los Hermanos Obreros de María. El hermano Antonio lo confirma:

-Sí, es verdad. Hay personas que cuando me ven en el autobús me meten el dinero en el bolsillo: «Toma, esto para los niños», me dicen.

El limosnero comenta que un día llegó a recoger hasta 400 euros en las oficinas centrales de CajaGranada, en el llamado Cubo.

-Eso era antes, cuando había allí más gente. Ahora recojo la mitad.

También explica que a pesar de la crisis los granadinos se comportan muy generosamente cuando de lo que se trata es de los hermanos Obreros de María. En sus muchos años de pedigüeño tiene muchas anécdotas que contar. Como el día en que fue a un centro del Opus Dei y lo querían despachar sin dar la correspondiente limosna.

-Me dijeron muy amablemente, «ande, hermano, que Dios se lo pague». «¡Cómo que Dios me lo pague! Son ustedes los que tienen que darme algo», les solté. Muchos se esconden a la hora de dar, pero yo los persigo -aclara el hermano con una carcajada.

Y por recaudar, recauda hasta en la propia Delegación de Hacienda. Con un par.

-¡Uy! Allí me tratan muy bien. Hasta hay personas que recogen el dinero por mí -reconoce con esa sonrisa que no abandona su rostro ni cuando está triste.

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