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El otro 12 de septiembre

Las aguas saltaron en una ola gigantesca de más de diez metros e hicieron volar por los aires adoquines, maderas y troncos

JOSÉ LUIS KASTIYO

Martes, 13 de septiembre 2011, 04:16

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Para muchos granadinos la tarde del 12 de septiembre de 1951, la del reventón del Darro en Puerta Real, era «la fin del Mundo». Así, como suena. Nadie se podía imaginar el espectáculo que tenía ante sus ojos. Al silencioso y oculto río Darro se le acababan de hinchar las narices y había tirado por la calle de en medio. Ya en Reyes Católicos el aire acumulado en el embovedado presentaba tal presión que lanzó por los aires, como una pavesa, la rejilla metálica de ventilación situada a la altura del Corral del Carbón, creando un imponente surtidor que inundó los comercios de ambas aceras. Pero lo peor llegó unos minutos más tarde. El arquitecto municipal, Miguel Olmedo Collantes, quien se encontraba asomado a un balcón de su casa en el edificio Olmedo, describiría el impresionante espectáculo de Puerta Real: «El pavimento comenzó a agrietarse y a temblar como si fuera un movimiento sísmico. Inmediatamente después se produjo el rompimiento del embovedado. Las aguas saltaron en una ola gigantesca de más de diez metros y volaron por los aires adoquines, maderas, troncos de árboles y las grandes piedras de sillería del antiguo puente que había en ese lugar. Fue algo fantástico.»

Quinientos metros cuadrados del pavimento de piedra, hormigón y adoquín volaron en mil direcciones creando escenas de pánico. Por fortuna, el aguacero era de tal intensidad que escasos vehículos y muy pocas personas transitaban por la zona, refugiadas la mayoría en los portales. A un guardia municipal, que se había refugiado de la lluvia en la puerta del Hotel Victoria, el suelo le hizo temblar las piernas mientras un ruido de escalofrío le subía hasta el rostro. Tanto él como un compañero cercano tuvieron una inmediata reacción: comenzaron a pitar con sus silbatos, como enloquecidos, mientras gritaban a los viandantes que huyesen del lugar. Es por eso por lo que la "pedrea" llovida del cielo, durante los interminables cinco minutos que duró el fenómeno, no ocasionó daños personales directos. Tan meritoria y oportuna fue la intervención de Francisco Garzón Pertíñez y José Noguera Romero, que cinco días más tarde el Pleno del Ayuntamiento acordó conceder a cada uno una gratificación de mil pesetas -que en aquellos tiempos era un pasta- así como que figurase «a todos los efectos» en sus respectivo expediente personal una anotación relativa a su ejemplar conducta, que evitó que hubiese víctimas.

Arrastrados

El régimen de lluvias se había mantenido durante los días anteriores en la capital y en los pueblos de alrededor, pero sobre el casco urbano de la ciudad la tormenta descargó con impresionante violencia durante tres cuartos de hora, los que van desde las siete menos cuarto a las siete y media de la tarde. Fue más que suficiente para que el caos se instalara bajo el "pirulí" iluminado de Puerta Real, al que no le valió su estructura de hierro y hormigón para ser proyectado hasta la puerta del cine Aliatar. Bloques de piedra de tonelada y media rodaron en superficie, río abajo, más de cien metros, hasta las Fuente de las Batallas.

Algunas personas fueron arrastradas por las aguas. El industrial barbero Salvador Ubago, que ejercía su oficio en la peluquería de Francisco Martínez, en el local situado en los bajos del Hotel Victoria, fue sacado del establecimiento por la imponente tromba de agua y arrastrado hasta la altura del hotel Suizo, casi cien metros más abajo, donde fue rescatado de la corriente por el dueño del establecimiento, Manuel Navarrete. Y lo que son las cosas; resulta que ambos eran parientes y no lo sabían, pero el incidente descubrió que eran miembros de la misma parentela. La esposa del señor Tello también cayó empujada por la corriente y sufrió algunas magulladuras, así como una joven que el periodista identificaba con detalle al describir que «llevaba un impermeable de plexiglás»; por fortuna pudo reponerse ella sola sin precisar ayuda ni asistencia médica. Lo pasó peor la dependienta del despacho de aguas de Fuente Honda, en la Carrera del Genil: Angelita López no pudo soportar el ímpetu de la corriente y durante cuarenta metros rodó envuelta por el caudal embarrado. Menos mal que más abajo Enrique Pérez Zafra, desde el escalón de su comercio de radio la vio de venir y pudo recuperarla; su salvador le proporcionó ropa seca en su domicilio particular pues no necesitó acudir a la Casa de Socorro.

Garbanzos en agua

Los taxistas del punto situado junto a la Fuente de las Batallas, que entendieron la alerta de las pitadas de los guardias, huyeron con sus coches hacia las calles adyacentes y algunos, que pensaron que llovía como «cuando enterraron a Zafra» los llevaron hasta la Plaza de los Campos, por aquello de que más vale prevenir. Desde Reyes Católicos hasta el Genil la inmensa mayoría de los locales comerciales quedaron anegados, comenzando por Confecciones Castilla. Pasada Puerta Real, en Casa Brieva, el reventón puso en remojo garbanzos, judías, habas y bacalao, todo un potaje, mientras las sillas del café Granada hubo que recogerlas en el zaguán del Hotel Victoria, donde el nivel del agua superaba el metro.

Tremendo para la Granada de aquellos años, una ciudad que se quedó sin agua durante unos días, que suprimió el tránsito desde Reyes Católicos hasta el final de la Acera del Darro y la Carrera del Genil mientras se comprobaba la solidez de todo el embovedado del río desde Plaza Nueva; en la que los bomberos solo disponían de un coche de primera salida y no daban abasto para atender tantas llamadas; en la que el Ejército ofreció su ayuda a las autoridades poniendo a su disposición nada más y nada menos que «un camión militar con su equipo». Sin embargo, cuando los medios audiovisuales nos ofrecen ahora y con frecuencia tremendas imágenes de las grandes inundaciones que causan decenas, a veces miles de víctimas, le hacen pensar a uno en la letra de la última canción española en Eurovisión. Efectivamente aquello de Granada un 12 de septiembre de 1951 fue «algo chiquitito, algo pequeñito?» y al recordarlo casi sesenta años más tarde, ofrece más valor anecdótico que dramático.

Dos niños ahogados

Eso sí, si nos limitamos al aparatoso reventón en el centro urbano de la ciudad. Porque a escasos kilómetros del "pirulí" de Puerta Real, en la Lancha de Cenes, la tragedia se cebó de manera cruel en una modestísima familia. Una humilde barriada levantada por la Asociación Benéfica Nuestra Señora de las Angustias sufrió los peores daños, no solo materiales. Dos niños pequeños, Fernando y Antonio López Única, de cuatro y dos años, de una familia de cinco hijos, no pudieron ser rescatados cuando la elevada escorrentía de la ladera en la que se encontraban las viviendas, penetró en tan frágiles hogares inundándolos a rebosar. Un colchón había taponado la ventana por la que podrían haber podido rescatar a los niños. Sus hermanos mayores se libraron por sus propios medios pero no hubo tiempo para salvar a los más pequeños, que habían estado en la calle ilusionados con tomarse como helados los enormes granizos caídos al inicio del aguacero. Hubo daños en otras muchas viviendas y cuevas -en el Barranco de la Zorra, en el del Abogado- pues la ínfima calidad de numerosos alojamientos apenas resistían las adversas inclemencias del tiempo.

Los granadinos, como en tantas ocasiones y ante requerimientos semejantes, reaccionaron enseguida aportando su ayuda a las suscripciones iniciadas por el Arzobispado y por nuestro propio periódico a favor de los numerosos afectados por daños en sus viviendas y enseres. Una ayuda muy especial se destinó a la familia del pintor Miguel López y su esposa, que estaba embarazada, los padres de los dos chiquillos fallecidos.

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