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Un poeta en lo oscuro
Cultura

Un poeta en lo oscuro

Mario Benedetti iluminó el mundo con sus versos de amor y rebeldía

CÉSAR COCA

Martes, 19 de mayo 2009, 11:47

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«No hay tristeza amputada de esperanza/ ni alegría sin ásperos presagios/ la pobre vida es una encrucijada/ de regocijos y fracasos». Mario Benedetti se apagó en la madrugada del lunes, a los 88 años, y al hacerlo encendió de nuevo la llama de sus versos. Ayer sus poemas sonaban en todas las emisoras de radio y TV, recitados y cantados, y muchas personas que no conocían a Benedetti entendieron a título póstumo que era el autor de unos versos con cuya música se han enamorado o con los que se han sumado a la lucha por la justicia. No hay tristeza sin esperanza. La tristeza entre los amantes de la poesía encontró ayer el consuelo de la esperanza porque los grandes poetas no desaparecen, se instalan en la inmortalidad.

La vida de Mario Benedetti (Paso de los Toros, Uruguay, 1920) es la historia de un exilio y muchos de sus libros (novelas, poemas, colecciones de cuentos...) están impregnados por ese desarraigo. Mientras duró la democracia en Uruguay, el escritor vivió de oficios diversos, lo mismo ayudante en un taller mecánico que taquígrafo, cajero, vendedor, traductor y periodista. A los 25 años publicó su primer libro de poemas, 'La víspera indeleble'. Fue la antítesis del éxito, puesto que nadie adquirió un solo ejemplar. Del segundo, 'Solo mientras tanto', se habían vendido nueve volúmenes pero recibió un premio oficial y las ventas se dispararon... hasta unos pocos centenares. Luego, con la dictadura, llegaron cosas peores: las amenazas y el exilio a Argentina, donde también oyó de cerca la palabra 'muerte' y se vio obligado a escapar. Perú fue una estación de paso, y de Cuba, donde por sus ideas socialistas lo recibieron muy bien, hubo de marchar porque la humedad del Caribe iba mal al asma crónico que padecía. La siguiente parada fue España, de donde ya no se movió hasta su regreso definitivo a Uruguay. De ese periplo le quedó una convicción que le sirvió de colofón a un poema: «Quizá mi única noción de patria/ sea esa urgencia de decir Nosotros / quizá mi única noción de patria / sea este regreso al propio desconcierto».

Los primeros años del exilio son los de sus poemas más combativos. Son también los de su apoyo inequívoco a Cuba, que le causó no pocas críticas. A él, sencillo y tímido hasta lo inverosímil, no le importaban las descalificaciones de los intelectuales mientras en la calle se cantaran las canciones en las que los grandes (Daniel Viglietti, Serrat, Víctor Manuel, Soledad Bravo...) habían puesto música a sus poemas. ¿Cuántas manifestaciones no habrán terminado coreando los versos que se repiten en cada estrofa en 'Vamos juntos': «Con tu puedo y con mi quiero/ vamos juntos compañero»?

Fueron los poemas políticos, fruto de un compromiso al que nunca renunció, los que tiñeron su nombre de rojo y por los que pagó un precio mayor. Entre los jóvenes, en cambio, los más leídos han sido siempre los de tema amoroso. En 'Corazón coraza', uno de los más bellos, escribió: «Tengo que amarte amor/ tengo que amarte/ aunque esta herida duela como dos/ aunque te busque y no te encuentre/ y aunque/ la noche pase y yo te tenga/ y no».

El trabajo de la vejez

La suya fue una historia de amor que duró 57 años. Cuando en 2006 Luz López Alegre, su compañera, murió, Benedetti comenzó a deslizarse hacia su propio final. A ella le había pedido tantos años atrás: «Sigue llenando este minuto/ de razones para respirar». Y antes, en 'Táctica y estrategia', uno de esos poemas que han aprendido generaciones enteras de bachilleres: «Mi estrategia es/ que un día cualquiera/ no sé cómo ni sé/ con qué pretexto/ por fin me necesites».

Antes de su muerte, cuando Luz vivía ya sumergida en el olvido del alzheimer, la pareja volvió a Uruguay. Era el momento de los homenajes y los premios. También el de echar la vista atrás. «El mundo es esto,/ en su mejor momento una nostalgia, / en su peor momento un desamparo».

Siguió escribiendo porque lo necesitaba. Escribir era poner orden en sus ideas, recuperar el pasado. «Cuando se han superado los ochenta, la memoria es algo que se agradece, antes que nada», había confesado en una entrevista a este periódico cuando vivía el cruel contraste entre su propia lucidez y las sombras de su esposa. El año pasado ingresó varias veces en el hospital por diversos males de los que salió adelante pero con una salud cada vez más quebrantada. La vejez y la soledad estaban haciendo su trabajo. En 'Testigo de uno mismo', su último poemario, reconocía: «Acontece la noche y estoy solo/ cargo conmigo mismo a duras penas/ al buen amor se lo llevó la muerte/ y no sé para quién seguir viviendo». El amor ya no podía salvarlo. «Una mujer querida o vislumbrada/ desbarata por una vez la muerte», dejó dicho al final de otro de sus grandes poemas, 'Una mujer desnuda y en lo oscuro'. Pero hasta el poeta debe morir para ser inmortal e iluminar un tiempo oscuro.

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