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Londinenses y visitantes se adueñan de un parque junto al puente de la Torre en un soleado día primaveral. Un grupo de corzos cruza un camino en un parque londinense. / AP El Real Jardín Botánico de Kew. / REUTERS Paseo en barca por el lago Serpentine, en Hyde Park. / AP
El mapa verde de la 'city'
Los jardines londinensesLos jardines londinenses

El mapa verde de la 'city'

Es difícil permanecer en Londres al margen de la vegetación. Hyde Park y Regent's Park son los más conocidos, pero miles de parques salpican de añejo verdor la ciudad

MANUEL LUCENA GIRALDO

Sábado, 2 de mayo 2009, 04:26

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Existen muchas imágenes históricas y literarias de Londres que pesan sobre el viajero como una mochila que carga sobre la espalda cuando, por fin, tras las horas de aeropuerto y avión correspondientes, que la convierten en un destino más lejano en el tiempo que sobre el mapa, logra llegar a ella. Es una ciudad cargada de significados, pues pertenece a un imaginario reciente y hábilmente explotado en la literatura, el cine y la televisión, pero al mismo tiempo tiene la piel resbalosa que corresponde a las metrópolis globales europeas que han sido capitales de un vasto imperio ultramarino. Si este ha dejado en el caso portugués, por ejemplo, la impronta magnífica y pombalina de la plaza del comercio de Lisboa, y en el Madrid barroco, capital de una monarquía policéntrica, aparece de repente una estatua del inca Atahualpa en una esquina del Real Palacio, en la capital británica lo que manda es el componente victoriano, incluido lo mucho que aquella etapa iluminada de progreso dejó en ella de hindú, egipcio, australiano y africano.

Esta circunstancia se explica porque entre el año maldito 1666, cuando un fuego comenzado en la casa del panadero Thomas Farynor hizo arder la ciudad por los cuatro costados, en satisfacción según los enemigos de Inglaterra de la cruel avaricia de sus habitantes, y el final del próspero mandato de la reina Victoria en 1901, lo determinante fue su conversión en puerto por el que fluyeron con un ritmo eléctrico y según las épocas oro, pimienta, esclavos, carbón y locomotoras. Así, en las calles del Londres de nuestra imaginación se escuchan al pobre Oliver Twist de Dickens, y los gritos de otra pobre víctima de Jack 'el destripador' (aquel que aún se sigue buscando) en las cercanías de los muelles situados hacia el este, justo donde hoy se alzan los edificios acristalados con un punto hortera y 'ochentero' de Canary Wharf, así llamado porque desde allí se comerciaba con las islas Canarias, y no muy lejos del observatorio de Greenwich, que por entonces ganó la batalla a París por constituir el grado cero del meridiano terrestre.

Aquel mundo fue posible, tanto en su rapacidad imperial como en su potencia civilizatoria y su prodigiosa estabilidad política. La última revolución inglesa (qué suerte) tuvo lugar en 1688 gracias a una alianza entre la aristocracia de la tierra y los señores del comercio, un pacto que sin lugar a dudas se reflejó en un apego a los jardines privados como expresión de rotundidad y carácter.

Chelsea, botica urbana

Fue así como en el Londres que siguió a la reconstrucción del gran fuego se constituyó el modelo social de un caballero, el famoso 'gentleman', que expresaba su civismo ganando dinero mediante la piratería y el mercadeo, y manifestaba su creatividad y su capacidad de sublimación estética con el cultivo del jardín, una exclusiva parcela de naturaleza, en el ánimo de remediar sus defectos y disfrutar de su visión en el sosiego y la ordenada calma familiar. De esta etapa, pues se fundó en 1673, proviene el semidesconocido y extraordinario 'Chelsea Physic Garden', lo más parecido que podríamos imaginar a una farmacia de hierbas a disposición de los médicos de entonces, fundado por la Sociedad de Boticarios junto al Hospital Real de aquel barrio señorial. Cercano al río y en posesión de un microclima cálido, que permitió la aclimatación de especies de otras latitudes como el olivo, fue salvado de su clausura en 1772 gracias a una donación de sir Hans Sloane y es a un tiempo un jardín céntrico en la ciudad (cuenta con el primer jardín de rocas de las islas) y un depósito de hierbas para curar, pues en él se continúa la investigación de las propiedades, orígenes y conservación de más de cinco mil plantas, cuyas semillas fueron objeto de intercambio internacional.

Kew, jardín laboratorio

Más de un siglo después, en 1876, cuando en Chelsea tomaron la decisión de educar a algunas jóvenes como maestras en botánica, el enorme jardín de Kew había manifestado hasta qué punto la ornamentación vegetal y el negocio del imperio se encontraban interrelacionados. No hay en este sentido artificio en Kew, representa a ojos del viajero la síntesis entre lo práctico y lo bello. Su origen data del reinado de Jorge III y reúne construcciones tan singulares como la pagoda china erigida por sir William Chambers en 1761, la casa holandesa para custodia de los infantes, la casa de las palmeras y un invernadero que causó asombro y pavor en su tiempo y todavía transmite una impresión grandiosa al visitante. En 1840 el jardín de Kew se convirtió en nacional, incrementó su extensión a treinta hectáreas y los lugares de paseo y arboretos se fueron multiplicando, al igual que el área ocupada, que llega en la actualidad a 120 hectáreas.

Merece la pena destacar que, junto a los contenidos museísticos y el respeto estricto a las estructuras de otro tiempo, constituye hasta la actualidad una institución científica con 40.000 variedades de plantas, un centro de investigación de horticultura y botánica, y un paraíso para los amantes de los jardines. En 1987 se inauguró el tercer mayor invernadero, 'Princess of Wales', inaugurado por Diana de Gales, que incluye diez diferentes zonas climáticas, con especies como el nenúfar gigante del Amazonas, plantas de aloe vera y algunas carnívoras. En 2003 Kew fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Parques urbanos

Es difícil permanecer en Londres al margen de la vegetación, pues hay 1.700 parques que cubren una extensión de 178 km2, con unas 2.000 variedades distintas, muchos de ellos privados y muy cuidados, con su característico estilo paisajista, pero sometidos a distintos regímenes de disfrute público, incluso de un solo día al año. Plátanos, robles, hayas y castaños aparecen por doquier en su porte centenario, no desmochados en su grandeza por una poda absurda y bárbara como la que se practica en España con demasiada frecuencia. De tal modo, parques como Hyde Park (142 hectáreas), abierto al público en 1637, y Regent's Park (197 hectáreas), de acceso general desde 1835, relacionan grandes praderas con construcciones utilitarias, lacustres, deportivas y hasta religiosas, en una atmósfera de general respeto por las plantas y las instalaciones.

¿Un futuro verde?

La preocupación por la contaminación y el cambio climático, que ha conferido a Londres en la última década una atmósfera extrañamente meridional con terrazas en la calle y un espacio público de influencia mediterránea, ha agudizado el debate por los proyectos de expansión urbana. En marcado contraste con los éxitos y la sostenibilidad de la herencia victoriana, el Domo del milenio, un edificio circular abierto en 2000 sobre la península de Greenwich, sobresale por constituir un fracaso económico y paisajístico. El parque olímpico que deberá estar listo en 2012 pretende en cambio adaptar experiencias tan exitosas como las de Múnich y Barcelona, ofrecer las primeras olimpiadas sostenibles y reincorporar a la metrópoli londinense el área de Lower Lea Valley, dejando como legado «el mayor parque urbano construido en Europa en los últimos 150 años». Mientras tanto, habremos de conformarnos con las propuestas entre poéticas y pacificadoras que las manchas de verde de Londres ofrecen a quienes dispongan de un segundo para reparar en ellas.

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