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Andrés Neuman posa en la Avenida de la Constitución. / FOTOS: RAMÓN L. PÉREZ
«Tengo doble nacionalidad y doble extranjería»
ANDRÉS NEUMAN ESCRITOR

«Tengo doble nacionalidad y doble extranjería»

«Tenemos que dejar de quejarnos de Granada y empezar a mejorarla», afirma el escritor hispano- argentino, ganador del XII Premio Alfaguara

INÉS GALLASTEGUI

Sábado, 18 de abril 2009, 04:37

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Andrés Neuman es un tipo encantador. Educado y atento, sonríe a menudo. Es escritor, pero también muy, muy hablador; pedirle brevedad es una tontería: tiene mucho que decir y además lo dice bonito. A cada rato suelta una frase casi perfecta, que parece pronunciada en letras de imprenta, y una no puede evitar preguntarse, entre la sospecha y la admiración, si la tenía guardada para una ocasión así o le ha salido espontáneamente. Además de responder -mientras se bebe su té y se zampa un triángulo de tarta de manzana-, pregunta mucho. Y se enfada. Sí. Se enfada con los tópicos. Tiene un deje argentino y utiliza palabras como 'detestar' o 'milongas', pero se nota que lleva 18 años en Andalucía. La víspera de esta entrevista estuvo 16 horas corrigiendo las pruebas de su nueva novela, 'El viajero del siglo', que ha ganado el último Premio Alfaguara y se lanzará en unas semanas en España y Latinoamérica. Hoy (21.00 h) firma ejemplares de su última obra publicada, 'Década. Poesía 1997-2007', en la caseta de firmas de la Feria del Libro.

-¿Se considera judío?

-No, en absoluto. Me considero una persona no religiosa. He tenido una educación laica, lo cual incluía, gracias a Dios, el respeto a todas las religiones. Tengo muchos antepasados judíos por parte de padre, pero por parte de madre casi todos eran católicos o laicos. Por razones familiares, tengo un afecto por la tradición judía que no se tiene en España -un país antisemita-, lo cual incluye una vergüenza absoluta por la política del Estado de Israel. Y sí creo que los seres humanos tenemos un espíritu, que es el que nos permite emocionarnos con la 'Cantata' de Bach.

-¿Exiliado o emigrante?

-Me considero emigrante, no exiliado. La mitad de mi familia huyó despavorida durante la dictadura argentina y mi tía estuvo secuestrada. Mis padres lo pasaron mal y estaban vigilados, pero no amenazados de muerte. Creo que mis padres estaban muy decepcionados con la victoria de Menem, que desvalijó el Estado y perpetró lo que los medios de comunicación españoles denominaron 'el milagro argentino'. Así que creo que no fue sólo una emigración económica, sino política y vital. Pero yo era tan pequeño que no participé en la decisión; era parte de la maleta.

-¿Se siente más español o más argentino?

-Tengo doble nacionalidad. No sólo tengo dos pasaportes sino que tengo dos extranjerías: cuando voy a Argentina mi parte española se siente rara, y cuando estoy aquí mi parte argentina se siente rara. Pero a la vez muchas veces consigo sentirme como en casa en los dos lugares, y eso es muy hermoso.

-¿Siente nostalgia de Argentina?

-Allí conservo parte de mi familia: primos, tíos y dos abuelas. También, milagrosamente, amigos de la infancia. No siento nostalgia, porque creo que es paralizante; cariño, sí. Pero nunca he sido de los emigrados que rechazan el lugar donde están. Mi familia siempre ha tenido otra actitud: si estamos aquí, vamos a tratar de estar aquí. Eso implica intentar hacer amigos de aquí, no frecuentar solamente los lugares que están llenos de argentinos, hacer una labor de adaptación, esperando que del otro lado haya hospitalidad... que, en general, la hubo, con sus excepciones. Cuando salimos, sabíamos que era para no volver: mis padres dejaron sus trabajos y vendieron la casa. Mi padre hoy es profesor titular de la Universidad de Granada y coordinador de conciertos didácticos de la Orquesta Ciudad de Granada (OCG), pero vino a España con una mano delante y otra detrás. Mi madre, que en paz descanse, vino con un contrato de un año con la orquesta. Estábamos lejísimos de la situación que gozamos ahora.

-¿Por qué eligieron Granada?

-Mi madre, que era una violinista maravillosa, consiguió plaza en Granada, Málaga y Valencia. Eligieron Granada por la belleza de la ciudad y la importancia de la Universidad, pensando en el momento en que a mi hermano y a mí nos tocara ser universitarios.

-Llegó con 14 años. ¿Fue duro?

-No pude tener un debut más castizo: el Instituto Alhambra del Zaidín. Inmersión total. Cambié de país y de cultura: pasé de una gran capital a una ciudad pequeña; de un instituto de cierta elite 'intelectual' a uno normal. En cuanto llegué comprendí que sacar buenas notas iba a perjudicarme. Sabía que argentino y empollón iba a ser malo, así que me hice amigo de los más macarras de la clase y jugaba al fútbol con ellos.

-Granada es una ciudad con fama de envidiosa, de machacar a los que triunfan, especialmente en el ámbito cultural. A usted, ¿cómo le trata?

-La leyenda fatalista no le ha hecho ningún favor a Granada. Tenemos que dejar de quejarnos de la ciudad y empezar a mejorarla. Freud lo llamaba profecía autocumplida. Creo que hay envidia en todas partes donde hay seres humanos. Como extranjero hago esa aportación: no voy a alimentar el fatalismo de Granada. Ya basta de milongas.

-¿Qué ha supuesto en su educación literaria vivir en una ciudad con el mayor fantasma poético de España?

-Si soy poeta es en gran parte por haberme venido a Granada. Lorca no es un clásico que está flotando -y por cierto flotando debajo de la tierra- y ejerce una influencia mística, sino que más acá de Lorca siempre se ha escrito mucha poesía en Granada. Es el eslabón más brillante y universal de una cadena. Cuando yo llegué a la facultad con mis cuentos, mis novelas y unos pocos poemas, nadie me hizo ni puñetero caso, porque todos los tíos de la cafetería estaban leyendo y escribiendo poesía. Así que durante cinco años hice un curso intensivo de ser poeta granadino.

-¿Y cómo ha influido el hecho de que sus padres fueran músicos?

-Tengo el oído educado, sé o sabía solfear, tengo cierto sentido del ritmo, pero no tengo talento para ser músico. Estudié violín y guitarra y, como dicen Les Luthiers, fracasé con todo éxito. Lo único que hago aceptablemente es cantar. La música ha estado presente toda mi vida, desde antes de nacer; mi madre me contaba que, como ella tocó hasta el octavo mes de embarazo, en un concierto muy agitado creyó que me echaba ahí entre las partituras de Schumann. El violín de mi madre fue la banda sonora de mi infancia. Mi padre tocaba el oboe. Y mi hermano, la guitarra... En ese loquero musical me crié yo.

«Madurez peligrosa»

-Un colega asegura que los argentinos nunca pierden su acento porque con él les va bien. Sobre todo, para ligar...

-A los seis meses de llegar, mi hermano, que tenía 7 años, empezó a hablar un granadino cerrado, con un acentazo del Zaidín que escandalizaba a mis propios amigos. Mis padres, al venir mayores, adquirieron menos acento. Y yo he terminado siendo un híbrido: tengo doble acento. En cuanto a lo de ligar, para mi horror comprobé que su amigo tenía razón, y que se liga más con acento argentino, pero ya era demasiado tarde para mí.

-Desde muy joven los críticos han subrayado la madurez de su estilo. ¿Era un niño resabidillo?

-Creo más en la búsqueda que en los hallazgos. La madurez me parece muy peligrosa para un escritor. También me incomoda el lugar común del 'dominio del oficio'. ¿Qué quiere decir? ¿Que ya conoces todos los recursos y sólo tienes que emplearlos? Para mí escribir es no saber escribir, sentir que aprendes cada día que te sientas a escribir. Lo que quizá han podido detectar los críticos es algo evidente: que yo escribía desde los 9 ó 10 años y que el primer libro que publiqué no era lo primero que escribía. Pero eso no es madurez, se llama práctica.

-¿Cuál es su rutina para escribir?

-Me levanto a media mañana, porque detesto madrugar. Me meto un buen desayuno, lo que los ingleses llaman un 'brunch', me tomo dos o tres cafés y a continuación trabajo toda la tarde entera. Si estoy muy obsesionado, ceno y sigo por la noche. Antes era muy vampiro y trabajaba hasta el amanecer. Pero uno se va volviendo diurno. La mitad del año no puedo cumplir esa rutina porque estoy con esas actividades de los alrededores de la literatura: viajando, en congresos, lecturas, presentaciones... Nunca me acuesto sin haber trabajado aunque sea un rato: creo que uno mientras sueña sigue trabajando.

-¿Escribe a mano o en ordenador?

-Las dos cosas. Jamás voy a ninguna parte sin una libreta, literalmente: tengo una junto al váter. Tomo notas y escribo la mayoría de los poemas a mano. Pero la idea de que no se puede escribir poesía en un ordenador es un fetiche del que se reirán a carcajadas los próximos poetas. Antes priorizaba más el 'me gusta-no me gusta', ahora pienso que como la vida es un imprevisto permanente, lo ideal es no tener demasiadas ceremonias para poder escribir en cualquier parte. Si necesitas tu Mac último modelo, tu sahumerio de espliego y tu cantata de Bach, te vas a joder mucho porque sólo escribirás dos días al año. He ido perdiendo rituales: escribo donde me pille.

-En 2002 fue uno de los primeros escritores en llevar el fenómeno de Internet a una novela, 'La vida en las ventanas'. ¿Qué relación tiene con las nuevas tecnologías?

-No soy un 'freaky' ni un anticuado. Adoro los Mac y detesto los PCs. Soy un fanático de los ordenadores bonitos, porque es mi herramienta de trabajo. Hace poco me di de baja en Facebook; me parece un invento muy atractivo pero muy peligroso. Le dedicas unas horas completamente absurdas a saber si mengano se fue a esquiar a no sé dónde, si fulano se compró un jersey o si zutano ha dicho de ti que te queda fatal el pelo largo.

-¿Qué lee?

-Hago zapping. Leo poesía, narrativa y ensayo. Ensayo, cuando estoy documentándome para una novela. Leo poesía casi todos los días: es una cuestión de disciplina, porque la poesía no viene sola, necesita el alimento de la lectura. Sé que lo pedante es decir que sólo lees a Virgilio y a Thomas Mann, pero creo que mi generación en España y Latinoamérica es muy buena.

-Es forofo del fútbol y comparte su corazón entre el Real Madrid y el Boca Juniors. ¿Un gol es poesía?

-Bueno, puede ser cualquier género literario. Los goles del Barcelona son ensayos: empiezan en el centro del campo y son discursivos. Los del Madrid son aforismos: jugamos como el culo, no hay nada elaborado, es algo expeditivo, a distancia corta. Y luego hay goles a la 'brasileira', que son los poéticos. Creo que quien no vea belleza plástica, estética y estratégica en el fútbol le falla la sensibilidad para eso. Es el deporte metafísicamente más profundo: es el único que puede acabar como ha empezado, en un 0-0.

-¿Se puede ser un escritor de éxito en la periferia?

-¿Qué es un escritor de éxito? ¿Un escritor de éxito comercial? Yo por suerte tengo mis lectores tanto en España como en Latinoamérica, pero no soy un 'bestseller'. Mi meta no es vender 300.000 ejemplares como Isabel Allende. Es difícil lograrlo con un libro que intente ser literario y no otra cosa. Se puede publicar en grandes editoriales de Madrid o Barcelona sin vivir en Madrid o Barcelona. Es más fácil conseguirlo yendo de cócteles, teniendo amigos... pero no es decisivo: hay 100.000 personas buscando un enchufe. Está claro que en Granada se mueve menos poder, pero yo siempre lo he vivido como una ventaja: pierdes menos tiempo en esas cosas y te quedas en casa trabajando. Ahí está Justo Navarro, un poeta extraordinario, un novelista del carajo y una bellísima persona, que ha publicado todos sus libros en Anagrama y vive en Nerja.

-Llegó a dar clases en la Universidad de Granada. ¿Por qué no siguió?

-Porque me devoró la escritura. Cuando entré en la Universidad, me gustaba la perspectiva de la investigación y la docencia. Conseguí una beca de investigación del Ministerio de Educación para escribir la tesis, pero mientras hacía carrera académica me di cuenta de que lo único que quería era escribir y todo lo demás me estorbaba. Renuncié a la beca en el último año. La documentación para 'El viajero del siglo' estaba siendo tan brutal que vi que no podía terminar la tesis. La universidad es un lugar muy atractivo y también peligroso. Aprendí mucho, pero fue una decisión feliz poner punto y final.

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