Edición

Borrar
TROCADERO

Plomo fundido sobre Gaza

JUAN VELLIDO

Miércoles, 7 de enero 2009, 03:28

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

HAN alineado sus tanques blindados, han dispuesto su infantería, han situado a sus ingenieros, y han invadido Gaza para escarmentar, así, al gran demonio Hamás que ellos mismos crearon con el objetivo de desestabilizar las actividades de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Pero no es la primera vez que los israelitas ocupan Gaza desde que en 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara el plan de partición de Palestina en un estado hebreo y otro árabe, en el que el 55% de Palestina se asignaba a Israel. El 14 de mayo de 1948, Israel se proclama independiente, su ejército acaba con miles de palestinos y obliga a huir de su tierra a otros 750.000. Los vecinos árabes, por su parte, se niegan a aceptar el plan de la ONU y en 1967, durante la guerra de los Seis Días, Israel ocupa Gaza, Cisjordania y Jerusalén-Este.

Una vez más, como ya ocurriera en 1948, Israel ignora la resolución de las Naciones Unidas, organismo éste que «exige» -a veces este verbo se parece más a un chiste en boca de unos fantoches, que a aquello que en realidad designa- la retirada del ejército de los territorios dominados.

Desde entonces, el gobierno judío ha procurado nuevos e ilegales asentamientos en las tierras ocupadas y ni las sublevaciones populares de los palestinos con las Intifadas, ni la independencia del estado Palestino proclamada en 1988 con Yasser Arafat como presidente, ni la propuesta de la Liga Árabe que en 2002 ofreció a Israel la paz a cambio de los Territorios Ocupados en 1967, han conseguido la pacificación de la región histórica de Oriente Próximo que veía cómo los radicales palestinos continuaban con sus atentados y las tropas israelitas invadían las ciudades palestinas, a excepción de Jericó.

En 2002, con la construcción en las tierras ocupadas de Cisjordania de un muro de más de 400 kilómetros, Israel hace oídos sordos al Tribunal de Justicia de La Haya, que lo declara ilegal. Entretanto, los extremistas palestinos, con Hamás a la cabeza -una organización nacionalista suní que aspira, por medio de la violencia, al establecimiento de un estado islámico en la antigua región histórica de Palestina- no han dejado de atentar, violentar y asesinar a sus opuestos israelitas, como si en realidad se tratara de una imparable carrera en la que el ganador será, finalmente, el que más cruentas muertes sume.

Fue, pues, el lanzamiento de cohetes por parte de los militares palestinos, el 19 y el 24 de diciembre, coincidiendo con el fin de la tregua entre Hamás e Israel en Gaza, lo que sirvió de excusa al Gobierno de Israel para lanzar, el 27 de diciembre, un ataque con bombarderos a los objetivos de Hamás en la ciudad de Gaza. Comenzaba así la llamada 'Operación plomo fundido' que desembocaría hace unos días en la incursión militar de la ciudad dominada por los terroristas de Hamás.

La guerra parece otorgar al llamado mundo civilizado un cierto prurito novelesco, quizá porque la sinrazón de sus argumentos no permite otro trato que su 'literaturización'. Tanto es así que en este tiempo que nos ha tocado vivir a las batallas se les atribuyen nombres antes de que éstas ocurran, y con esos títulos, de parentescos eufemístico o metafórico, se vienen a designar los propósitos de los promotores de la guerra. Esta batalla con que Israel vuelve a invadir Gaza ha sido denominada 'Operación plomo fundido', como sin de esta forma se pretendiera vaticinar la contundencia del resultado, tan afanosos como están, unos y otros, de un discurso mesiánico que acaso ampare sus conciencias.

Pero no le fueron a la zaga otros nombres no menos épicos y melodramáticos de contiendas recientes como 'Operación tormenta del desierto' o 'La madre de todas las batallas'. Ellos, los que hacen la guerra, también dan nombre a sus batallas.

Decía el escritor y filósofo parisino que rechazó el Premio Nobel de Literatura, Jean Paul Sartre, que «cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren». Y es que los que hacen la guerra, los que dan nombre a las batallas, se quedan en sus despachos, o en sus trincheras, refugiados en las leyes que ellos mismos han ideado y aprobado. Sírvanos de ejemplo, si no, ese gran fulero de nuestro tiempo que es George Bush, el presidente de Estados Unidos de América, quien ha provocado inútilmente una de las masacres más innombrables de cuantas hemos visto, y ahora se va de rositas, de la Casa Blanca a su casa dorada, después de haber llevado a la muerte a miles de pobres, a miles de viejos, a miles de niños que nunca llegaron a conocer la razón de la contienda que los aniquilaba.

Y es que hay mucho de similitud entre la guerra de Irak y la guerra de la Franja de Gaza, en lo que concierne al padrinazgo que de sus propios enemigos hicieron Estados Unidos e Israel, en la medida en que los servicios secretos de la CIA y el Mossad, respectivamente, fueron los instructores de los terroristas yihadistas de Al-Qaeda y nacionalistas suníes de Hamás, a los que utilizaron en su propio beneficio estratégico, aunque más tarde unos y otros terroristas se revolvieran contra sus valedores plenipotenciarios estadounidenses e israelitas.

A estas alturas de la contienda es evidente que el odio visceral está detrás de este conflicto, alentado por un fanatismo extremista musulmán y un concepto cuasi elegiaco del judaísmo en el que apenas cabe el diálogo racional. Árabes musulmanes, judíos, drusos, samaritanos, conviven, pues, en la ribera suroriental del Mediterráneo a expensas del arbitrio de las armas, dada la imposibilidad del recurso de la razón.

Así, mientras en Occidente la Cabalgata de Reyes distribuye sus juguetes y su complacencia a todos los niños de esta sociedad del derroche y el bienestar, en el lugar de abolengo de los Reyes Magos de Oriente -en medio de una antiquísima porfía de hostilidades y enajenación- hay una población que muere avasallada por las bombas, una población ignorante de las causas y de los porqués, una multitud de gente pobre y miserable, apenas sabida de lo que ocurre a su alrededor. Y, como suele, esa población es la gran víctima de la grandilocuente 'Operación plomo fundido', otra batalla más de esta larguísima guerra en la cuna de la Cristiandad.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios