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TRIBUNAABIERTA

Bolonia, otra vez Bolonia

JOSÉ MIGUEL ZUGALDÍA ESPINAR E INMACULADA RAMOS TAPIA

Martes, 2 de diciembre 2008, 03:51

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SORPRENDE ver a centenares de jóvenes atrincherados tras la bandera de la II República española manifestándose contra el Plan Bolonia, como si dicho símbolo fuera capaz de ahuyentarlo, como el ajo ahuyentaba a los vampiros. Esta postura olvida que Portugal, Francia, Italia, Grecia o Alemania, entre otras muchas, son repúblicas comprometidas con la implantación del Plan Bolonia. Conviene no confundir las churras con las merinas ni el Plan Bolonia con la forma política del Estado.

Pero aparte de ello, sorprende todavía más que el Plan Bolonia sea atacado desde diversos grupos y foros con argumentos de una gran debilidad teórica y práctica.

Así, se afirma que la Universidad, productora de conocimiento, va a ser exprimida por el sector privado (el lema es 'Fuera empresas de la Universidad'). Esto no es cierto. El sistema Bolonia no disuelve el nexo inversión pública-investigación pública. Lo que sucede es que las Universidades, y ya va siendo hora de que así ocurra, deben abrir sus puertas al contexto social en el que están inmersas y atender a las necesidades del grupo social al que se deben (ya se trate de empresas, ministerios, particulares, sindicatos o ONG). Porque las Universidades son un servicio público. Y si la prestación de este servicio público puede generar una financiación externa, ésta no debe ser rechazada como algo intrínsecamente malo: las Universidades deben dejar de autocomplacerse, de mirarse el ombligo y de poner la mano para coger el dinero que, en forma de pólvora del rey o de sopa boba, emana de las arcas de papá Estado (es decir, del bolsillo del contribuyente).

También se sostiene que el Plan Bolonia va a hacer necesario que los estudiantes tengan que pedir un crédito para poder estudiar un postgrado (Máster). Esto tampoco es cierto. El Plan Bolonia propone un sistema de titulaciones estructurado en diversos ciclos. El primer ciclo se integra por los estudios de Grado (de carácter básico y generalista) de cuatro años de duración; el segundo ciclo o posgrado corresponde a los estudios de Máster (dedicados a la formación especializada del alumno) de uno o dos años de duración. Pero estos másteres se impartirán en Universidades Públicas con precios públicos y no como ocurre ahora, que los más prestigiosos son impartidos por centros privados con precios al alcance solo de la élite. Frente a los 6.000 euros que 'se rumorea' que van a costar los másteres del Plan Bolonia, los datos reales -y aprobados ya por algunas Universidades- hablan de unos 1.700 euros, aproximadamente. Para sufragar el coste de la matrícula, se van a conceder becas de las de toda la vida por parte del Estado, de las Comunidades Autónomas o de las propias Universidades. Pero también se podrán conceder ayudas al estudio en forma de becas o de préstamos. Esta última opción es la que ofrece actualmente el ministerio, que ha previsto un sistema de prestamos blandos, no para pagar el máster, sino para hacer posible -en el caso de que sea necesario- la vida independiente del estudiante durante el tiempo en que está cursando el máster.

Y se considera, por último, que el Plan Bolonia va a exigir de los alumnos más trabajo y presencia en la aulas. Esto si es cierto. Pero no entendemos que pueda constituir una crítica al Plan Bolonia. Son muchos los alumnos que, ante un cambio radical en sus criticadas Universidades, están interesados ahora en el manteniendo de un cómodo 'statu quo'. No en vano es cómodo el método de enseñanza basado en el monólogo de las 'horas de clase' y es cómoda la figura del alumno académicamente 'pasivo' que no supera las viejas dinámicas del anonimato, la masificación, las fotocopias, los apuntes, el aprendizaje memorístico y acrítico y los sobreesfuerzos de última hora que sustituyen al trabajo diario. Y es que los 240 créditos ECTS del grado, a veinticinco horas de trabajo del alumno cada crédito, hacen un total de 40 horas de trabajo a la semana. Esto es, 8 horas al día, quitando sábados y domingos. No es ningún exceso si se tiene en cuenta que más del 80% del coste de la plaza de un estudiante en una Universidad pública se financia con cargo a impuestos.

En resumen: si el Plan Bolonia, o su desarrollo, merecen críticas, éstas deben hacerse. Pero deben hacerse con seriedad y con rigor. Puede denunciarse, por ejemplo, que un Plan que apueste por la calidad en la formación del alumnado en la línea de una enseñanza de calidad e individualizada, no puede implantarse con 'costo 0'; o puede criticarse que los 'nuevos Planes de Estudio' para el Plan Bolonia no son tales y se están elaborando, en muchos casos, total y absolutamente de espaldas a los intereses formativos de los alumnos y atendiendo prioritariamente al criterio del reparto de 'la tarta de los créditos' entre las áreas de conocimiento. Mientras más atinadas sean las críticas al Plan Bolonia, más fácil será que su implantación se haga lo mejor posible en el futuro.

Pero esto deja en pie una pregunta: ¿se quiere, de verdad, un buen Plan Bolonia para el futuro? Cada uno de los que participamos en el debate sobre el Plan Bolonia deberíamos preguntarnos: ¿soy partidario de la Unión Europea?; ¿soy partidario de un espacio europeo de la educación superior?; ¿soy partidario de una Europa del conocimiento que tenga un peso específico en el contexto mundial? En definitiva: ¿soy partidario de la idea de Europa? Porque una buena parte del movimiento de rechazo al Plan Bolonia tiene que ver pura y simplemente con el rechazo a la idea de Europa. Por eso, muchos de los que, aunque con las inevitables reservas y desacuerdos, apoyamos el Plan Bolonia, lo hacemos porque simboliza el paso de la Europa económica de los mercaderes a la Europa unida de los ciudadanos.

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