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La edad de oro de la Reina
SOCIEDAD

La edad de oro de la Reina

Sus ocho nietos, a los que ella suele arropar y contar cuentos o historias de sus antepasados, se sorprenderían mucho si alguien les dijera algún día que a su querida abuela Sofía, su 'amamá', como ellos la llaman, se le atribuyó una vez cierta frialdad germana

ARANTZA FURUNDARENA

Lunes, 27 de octubre 2008, 11:15

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Sus ocho nietos, a los que ella suele arropar y contar cuentos o historias de sus antepasados, se sorprenderían mucho si alguien les dijera algún día que a su querida abuela Sofía, su 'amamá', como ellos la llaman, se le atribuyó una vez cierta frialdad germana. Esto, en todo caso, pertenece al pasado, lo mismo que esos antiguos relatos con que ella intenta hacerles dormir. Hoy, a punto de cumplir 70 años -el próximo domingo, 2 de noviembre-, la imagen de la Reina es más que nunca la de esa monarca sensible y atenta que hace apenas unos días no dudó en romper el protocolo, en medio de toda la Infantería de Marina, para recoger personalmente la carta que pugnaba por entregarle una madre desesperada. «Es una gran profesional». Así la definió el Rey ante el ya desaparecido escritor José Luis de Vilallonga. Y en eso estuvo de acuerdo todo el mundo, porque doña Sofía nos tiene acostumbrados a una manera de hacer impecable, milimétrica y eficaz. Está en su sitio en todo momento. Sin embargo, esa definición tan precisa fue un halago, pero también una cruz. Y es que la Reina entiende su labor, y así lo ha expresado, como una vocación que la acompañará siempre y no como una mera profesión de la que desconectas y punto. Además, de un tiempo a esta parte se diría que disfruta como nunca en el ejercicio de su cargo. Se la ve más relajada, cálida y risueña. «Es cierto -apunta Carmen Enríquez, periodista de TVE que ha seguido a los Reyes durante casi dos decenios-. Con los años, la Reina se ha convertido en más próxima y más cercana. Yo creo que le ha sensibilizado mucho el trabajo social y de cooperación que ejerce a través de su Fundación. Y es evidente que la llegada de los nietos la ha hecho más desinhibida y espontánea». Enríquez es autora, junto con el periodista Emilio Oliva, de un libro que acaba de publicarse bajo el título 'Doña Sofía. La Reina habla de su vida'. En él, la Reina se sincera y confiesa entre otras cosas que vino a España sin hablar prácticamente español, «algo para lo que hay que estar muy enamorada». Que es más de los Beatles que de los Stones; que el jazz le parece «un poco reiterativo»; que está encantada de haber dejado de fumar y de haberlo hecho «casi sin esfuerzo»; que no le gusta consentir demasiado a sus nietos, «porque luego se vuelven caprichosos»; que no tiene ni idea de cocinar, pero le encanta comer tortilla de patata y tomar gazpacho a todas horas; que es muy golosa para el chocolate... Que ahora mismo tiene diez perros, dos loros, cuatro tortugas («de tierra, porque las de agua son muy grandes»), pero que su animal favorito es el burro; que con la princesa Letizia se lleva de maravilla y entre ellas hablan de todo... Y que la prensa del corazón le sorprende mucho, pero no le enfada porque «el enfado le hace daño a uno mismo, y no voy a dar esa alegría a quienes no me quieren. ¿No me da la gana!», remata. Puede que muchos encuentren en ese libro a una doña Sofía más llana y castiza de lo que podían imaginar. Pero quienes la han seguido de cerca no se sorprenden. Los periodistas que cubren la información y los continuos viajes de la Casa Real están más que acostumbrados a la risa «espontánea y sonora» de la Reina, a su tremenda energía y a su curiosidad inagotable. Leire Pajín, que viajó en alguna ocasión con ella como secretaria de Estado de Cooperación Internacional, suele contar divertida que tras extenuantes jornadas que «nos dejaban a todos reventados», la Reina aún seguía pidiendo más actividad. «Bueno, ¿ahora qué hacemos?», solía preguntar a sus acompañantes una vez culminada la agenda. Y, generalmente, los convencía para mantener una larga conversación en la que no paraba de hacerles preguntas. La Reina es conversadora, muy sociable y sobre todo, curiosa, dicen quienes la han tratado de cerca. Y hay incluso quien se aventura a calificarla de «preguntona». «Le gusta enterarse de todo -admite Carmen Enríquez-. De hecho, el Rey, más de una vez, cuando la ve acercarse a comentar algo con los periodistas, exclama entre risas: '¿Ya está ella preguntando!' Lo cierto es que doña Sofía se implica a fondo en cada proyecto y no se le escapa ni un detalle; siempre quiere averiguar si se resolvió esto o aquello que quedó pendiente». Sofía Margarita Victoria Federica Schleswing-Holstein Sonderburg Glucksburg es (con esos apellidos) una española vocacional y, desde hace más de tres décadas, la Reina de España. El 22 de noviembre (veinte días después de su cumpleaños) se cumplirán 33 años exactos de su llegada al trono. Sin caer en la exageración, a ella se le podría aplicar la leyenda de 'Nacida para reinar'. Pero pocos saben que de no haber sido reina a Sofía le habría gustado ser «¿peluquera!», tal como ella misma confesó una vez. La mayor de tres hermanos, llegó al mundo en Psychiko (Atenas) y fue la única hija de los entonces príncipes Pablo y Federica de Grecia nacida en tiempos de paz. En realidad, iba a llamarse Olga, pero el pueblo griego, al saber que era niña, empezó a corear «Sofía, Sofía...» y finalmente se le impuso ese nombre en memoria de su abuela paterna. Aún no había cumplido dos años cuando Mussolini invadió Grecia y envió a la Familia Real al exilio. La pequeña princesa tuvo una ajetreada infancia que la llevó a vivir en 22 domicilios distintos y en lugares como Creta, El Cairo, Alejandría y Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde nació su hermana Irene, que con el tiempo se convertiría, hasta hoy, en su mejor confidente y amiga. Sofía tenía ocho años cuando regresó con su familia a Grecia e ingresó en una pequeña escuela pública. Más tarde, siendo ya sus padres reyes, continuó sus estudios en el internado alemán de Schloss Salem, donde amplió sus conocimientos en lenguas extranjeras. «Hablo cuatro idiomas... ¿Pero todos muy mal!», confiesa riendo hoy la Reina. Mucho se ha escrito sobre doña Sofía, pero pocos saben que ella también escribió un par de libros. Fue en 1959, en colaboración con su hermana Irene. Para entonces, había regresado de nuevo a su país natal, ejercía como enfermera infantil y estudiaba, por pura afición, Bellas Artes y Arqueología. Los ensayos se titularon 'Miscelánea arqueológica' y 'Cerámica en Decelia'. Por esa época ya conocía a don Juan Carlos. Se vieron por primera vez en 1954, en un exclusivo crucero por las islas griegas. Pero el auténtico flechazo se produjo en 1960. Se casaron en Atenas, dos años después. Y desde 1963 viven en la Zarzuela. «El amor es un sentimiento que cambia con el paso del tiempo -le dijo la Reina a su biógrafa, Pilar Urbano, hablando de su matrimonio -. El nuestro ha evolucionado hacia una amistad. No somos nada iguales ni nos gustan las mismas cosas. Pero yo, como esposa, como amiga, soy su compañera de equipo y siempre estoy a su disposición». En correspondencia, el Rey ha reconocido tener en ella a su «mejor consejera» y ha recordado muchas veces su acertada labor en la tensa noche del 23-F, cuando «fue el alma de la Zarzuela y se ocupó de todo y de todos». Ser útil (a su marido, a sus hijos, a España y a los demás) es, según afirman los que la conocen, la verdadera obsesión de la Reina. Cuentan también que es exigente, muy atenta a los detalles y que, incluso cuando tiene que reprender a un subordinado, «jamás levanta la voz, pero casi impone más que si pegara dos gritos». Madre de tres hijos y abuela de ocho nietos, Sofía de España llega a sus setenta años con buena apariencia, y se diría que en plena forma. «Yo desde luego en los viajes le veo una agilidad envidiable», comenta la periodista Sagrario Ruiz de Apodaca, que es quien cubre actualmente la información de la Casa Real para TVE. A la Reina le encantan las Olimpiadas y en cuanto puede se pone el chándal de España, pero cuando le preguntan si hace deporte contesta riendo: «Lo veo por la tele». «Lo cierto es que empezó a hacer pilates, pero lo dejó y ahora siempre está pensando en retomarlo porque le gustó la experiencia», explica Carmen Enríquez. Tampoco es exactamente vegetariana, como se ha afirmado siempre. Es cierto que no come carne, pero sobre todo porque no le gusta. A Londres viaja a menudo (no tanto como algunos creen), porque le encanta visitar a la familia de su hermano Constantino y aprovechar -mujer al fin- para ir de compras. Adora todo lo exótico -cuentan que en Perú se coló en la ceremonia de un chamán- y viaja a la India siempre que puede. Y en cuanto a sus defectos... Dicen que tiende a la impuntualidad. Tanto que, según se cuenta, un día que se presentó en el despacho de su marido un cuarto de hora antes de la hora prevista, el Rey, con su sorna habitual, le preguntó: «¿Estás enferma, Sofía?»

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