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TRIBUNAABIERTA

El efecto invernadero y los problemas de la política global

JALIL BARKHAS

Miércoles, 23 de julio 2008, 04:36

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RESOLVER el problema del cambio climático requiere esfuerzos cooperados entre todos los países. No hay otras opciones excepto intentarlo.

Bastante se está cambiando en relación con el problema climático. Los Estados Unidos empiezan a colaborar, aunque no sin condiciones. Particularmente, en el debate entre los jefes de Estado del G-8 en Japón, el presidente Bush insistió en que China e India, igualmente deben participar. En este sentido está acertado, dado que resulta imposible afrontar el problema sin la participación de los dos líderes de las economías emergentes. Pero el problema es sobre qué bases tienen que participar. Ahora bien, ignorando el hecho de si la participación de los diferentes países en las causas del problema está o no está bien valorada, la verdad es que vale la pena alcanzar un acuerdo para evitar una posible catástrofe.

Siguiendo a Nicholas Stem, profesor de la Escuela de Economía de Londres y autor del informe del gobierno británico del 2006 sobre el cambio climático, analizando el tema en una nueva ponencia parte de tres ideas simples: una, en la actualidad la concentración equivalente del CO2 en la atmósfera es de 430 partes por millón y está aumentando en una tasa anual de dos partes por millón; dos, el objetivo debe ser la estabilización de la concentración entre 450 a 500 partes por millón; tres, para alcanzarlo, el aumento de la emisión global del CO2 debe terminar en los próximos quince años y bajarse luego al 50%, respecto a los niveles de 1990 (aproximadamente el 90% de los niveles de 2005), alrededor del 2050, cuando la emisión media global por persona tiene que bajarse hasta el nivel de dos toneladas por persona. Este objetivo de dos toneladas por persona equivale al 10% de los niveles actuales de Estados Unidos y el 50% de China. Y, siguiendo a Nicholas Stem, este objetivo tiene que cumplirse si consideramos seriamente los riesgos. En caso contrario, cuanto más tarde el mundo en hacerlo mayores serán las reducciones necesarias, dado que, como contaminante acumulativo, las concentraciones del CO2 se mantienen en la atmósfera durante un tiempo muy largo.

Aceptando la tesis del profesor Nicholas Stem, la pregunta que surge es: ¿Cuál es la mejor forma de alcanzarlo? Pues igual que cualquier otra medida política, para alcanzarlo hay que satisfacer los criterios de efectividad, eficiencia y equidad.

Con respecto al criterio de la efectividad, la política tiene que conseguir una reducción rápida de las emisiones. La implicación de ello es que virtualmente cada país y cada actividad se verán afectados. Por su parte, los países en desarrollo, que alrededor de 2050 su población se acercará al 90% del total mundial y sus emisiones del CO2 ocuparán la mayor parte de las emisiones globales, tienen que hacer una contribución sustancial. En esto el presidente Bush está acertado, pero a largo plazo la media mundial de dos toneladas equivalentes de CO2 por persona es bastante baja para que los países la acepten.

Para los diferentes sectores las implicaciones hasta 2050 serán igualmente importantes: los vehículos deben reducir drásticamente sus emisiones de CO2; la generación de electricidad ha de liberarse del CO2; parar la deforestación.

Por su parte, la eficiencia, que significa que el coste marginal por unidad reducida de emisión debe ser la misma para todas las actividades en todo el mundo, aunque fácil de definir no es fácil de aceptar. Puesto que implica, por ejemplo, la necesidad de aplicar un idéntico precio y/o impuesto por unidad emitida de CO2, hecho que castiga más a los sectores y países menos desarrollados tecnológicamente y, por tanto, a aquellos que generan más emisiones. Así, a un país como China éste no le resultaría igualmente aceptable como a otros, puesto que por unidad del PIB China emite el doble que Estados Unidos y tres veces lo de Japón. Por ello, en la medida que sea posible, las mejores tecnologías han de ser utilizadas en todas partes del mundo.

No obstante, el reto más serio para todos es la equidad. Las emisiones han de reducirse en todo el mundo, pero el coste de hacerlo no debe ser soportado por cada uno. Existen tres razones por las cuales los costes han de soportarse por los países de mayor nivel de renta: uno, ellos son los responsables del problema actual (tres quintas partes del stock de los gases del efecto invernadero generado por el hombre fueron emitidos por ellos); dos, por persona sus emisiones siguen siendo superiores a los demás (en 2004, las emisiones por persona de Estados Unidos han sido cinco veces que en China y 17 veces que la India); y, tres, porque pueden soportarlo.

Así, ¿cómo se puede aplicar el mismo precio o impuesto por unidad de emisión en todo el mundo y al mismo tiempo imponer los costes a los países ricos? Una respuesta, que no está exenta de serias dificultades, es pagar por las reducciones de emisiones en los países en desarrollo.

Por tanto, dada la complejidad del problema, la pretensión de los líderes del G-8 de haber conseguido avances importantes no parece bien fundada, ya que todavía no han alcanzado los acuerdos necesarios, especialmente con los países en desarrollo y ni siquiera han puesto en marcha políticas en sus propios países para conseguir las reducciones de emisiones necesarias.

Siendo el problema de acción colectiva más complejo en la historia del hombre, resolverlo exige una acción concertada entre partes no iguales a lo largo de un siglo como mínimo. Pero, a pesar de todo, lo positivo es intentarlo, ya que ni se puede aplazar más ni hay otros que lo hagan en nuestro lugar.

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