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Darwin y el sexo de las orquídeas
TRIBUNAABIERTA

Darwin y el sexo de las orquídeas

MANUEL PEINADO LORCA

Martes, 27 de mayo 2008, 04:14

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EN un reciente artículo de prensa, Manuel Soler, catedrático de la Universidad de Granada y presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva, alertaba acerca del incremento de los ataques contra la teoría evolutiva de Charles Darwin, transformados en ese nuevo disfraz del viejo creacionismo fundamentalista y reaccionario iniciado por el obispo Samuel Wilberforce en 1860, que nos llega ahora desde América de la mano de los neocons y con la máscara del 'diseño inteligente'. A pesar de todo, las pruebas que la investigación científica aporta cada día refuerzan cada vez más los sólidos fundamentos prácticos con los que el naturalista inglés afianzó el inevitable esfuerzo especulativo que toda formulación teórica exige. Por ello, en 2009 el mundo científico celebrará el bicentenario del nacimiento de Darwin como merece la figura de quien con su trabajo investigador cambió la concepción del mundo. Preparándonos para el bicentenario, comienzan algunos interesantes movimientos que nos permiten columbrar la vasta obra científica del naturalista inglés y el poco conocimiento que de la misma se tiene en nuestro país.

Escribió Proust que hay menos ideas que hombres, pero no es menos cierto que las ideas de unos pocos hombres llenan el vacío intelectual de otros muchos. Y eso es lo que ocurrió con Darwin: a partir de un joven atolondrado «que sería la vergüenza de su familia» en palabras de su propio padre; a partir de un seminarista timorato creyente en el origen divino de la creación, el viaje de cinco años (1831-1836) en el buque de investigación naval HMS Beagle, junto con la lectura accidental del Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus, forjaron un naturalista agnóstico cuya teoría de la evolución trastocaría conceptualmente el mundo y serviría de punto de partida para la tarea intelectual todavía inconclusa de varias generaciones de académicos, científicos y pensadores.

Las obras completas de Darwin están disponibles, desde el pasado mes de abril y por primera vez, en Internet (http://darwin-online.org.uk). Por su parte, la editorial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas acaba de publicar la Bibliografía crítica ilustrada de las obras de Darwin en España (1857-2005), que, más allá de su importancia como imprescindible herramienta bibliográfica, nos ruboriza al comprobar que la mayor parte de los libros del naturalista inglés siguen inéditos en lengua española: de los 17 libros publicados por él sólo cinco se han traducido a nuestra lengua. Estamos, pues, de enhorabuena al conocer la decisión de la editorial Laetoli de comenzar una Biblioteca Darwin con la publicación el pasado mes de abril de 'La fecundación de las orquídeas', anunciando al mismo tiempo su intención de dar a conocer en español el resto de la obra darwiniana.

Con la excepción de sus primeros trabajos como geólogo en ciernes (su hipótesis acerca del origen de los arrecifes de coral todavía no ha sido refutada), toda la obra de Darwin está encaminada a sostener una teoría que él, un conservador burgués convertido muy a su pesar en un revolucionario de las ideas, sabía que resultaba escandalosa en los puritanos tiempos del victorianismo inglés. Tanto su trabajo sistemático sobre los percebes que le ocupó obsesivamente durante los años previos a la publicación de 'El origen de las especies', como el tratado sobre la reproducción de las orquídeas, se sitúan en esa línea de meticuloso apuntalamiento de su teoría de la evolución. Pero si el estudio de esos aburridos crustáceos que son los inmóviles cirrípedos le produjo un inmenso hartazgo («odio al percebe como ningún hombre lo ha odiado jamás» afirmó al concluir su monografía), el estudio de la sexualidad de las orquídeas y de las maravillosas estratagemas elaboradas por ellas para seducir como enamorados a sus insectos polinizadores, le satisficieron enormemente: «No se puede imaginar el placer que me ha proporcionado el estudio de las orquídeas», escribió en una carta a su amigo el botánico inglés Hooker.

La fecundación de las orquídeas no es un texto técnico de interés limitado para botánicos y naturalistas, sino una excelente obra de divulgación y del retrato que refleja al observador inquieto, meticuloso y paciente, al experimentador concienzudo, puntilloso, exhaustivo y minucioso en que se había convertido Darwin en su afanosa búsqueda de las pruebas que avalasen el inmenso trabajo que ocupaba toda su vida: la demostración de que la evolución era un hecho incontestable, y la defensa de la selección natural como el mecanismo fundamental de aquella. Pero, además, éste fue el primero de los libros de Darwin sobre la bella sencillez de las piezas que componen la naturaleza, sobre la evolución de lo secreto y de lo aparentemente inexplicable. Porque escudriñar meticulosamente los prodigiosos arcanos de la naturaleza para racionalizarlos, para descifrar lo indescifrable, era lo que agudizaba la insaciable curiosidad de Charles Darwin.

En 'El pulgar del panda', Gould identificó el tratado sobre las orquídeas como un episodio fundamental en la campaña de Darwin a favor de la evolución, porque lejos de esa perfección en el diseño que sostenían los teólogos naturales, siempre tan propensos a cantar los milagros del Creador-Ingeniero que tanto alababa William Pailey, la naturaleza avanzaba más torpemente, a trancas y barrancas, a la manera del 'relojero ciego' de Richard Dawkins. Con un lenguaje un tanto morigerado muy propio de la época, Darwin criticó a los teólogos naturales y a sus ideas creacionistas sobre el origen de las partes de las flores, es decir, la insostenible idea que los ultraconservadores norteamericanos llaman diseño inteligente: «En un futuro no muy lejano», escribió en aquellas fechas a Hooker, «los naturalistas escucharán con sorpresa, quizás con mofa, que en tiempos anteriores hombres serios y cultivados mantuvieron que estos órganos fueron especialmente creados y dispuestos en su lugar adecuado como platos en una mesa por una mano omnipotente para completar el esquema de la naturaleza».

Hasta la monografía del naturalista inglés las orquídeas eran consideradas como la creación más excelsa, sublime y perfecta de la mano de Dios, por lo que Darwin -siempre empeñado en subrayar que «los fenómenos naturales pueden ser explicados sin recurrir a los agentes sobrenaturales», un aserto que nunca le perdonó el capitán del Beagle, Robert FitzRoy- quiso demostrar que incluso aquellas plantas tan extraordinarias podían explicarse como resultado de una maravillosa suma de adaptaciones evolutivas. Y es que para Darwin era completamente inverosímil concebir un Dios que hubiera creado a todas y cada una de las especies de orquídeas y a los prodigiosos y fascinantes mecanismos con que embaucaban a los insectos que habían arteramente enamorado.

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