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MANUEL PEDREIRA
Sábado, 5 de enero 2008, 02:41
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LOS lisboetas gustan de utilizar el almanaque para nombrar lugares y recordar así los hechos más significativos de su historia. El majestuoso puente de acero sobre el Tajo, santo y seña de la ciudad blanca, pasó a denominarse '25 de abril' tras la revolución de los claveles que instauró la democracia en Portugal en 1974. Antes se llamaba 'Puente Salazar' por el dictador que los sometió durante más de treinta años. El hotel donde esto escribo, donde se aloja el equipo de Miguel Puertas, se ubica en la calle '5 de octubre'. Desconozco qué pasó un cinco de octubre, qué acontecimiento relevante obligó a su recuerdo nombrando así una de las calles de la ciudad. Sí sé que, desde ayer, el cuatro de enero ya tiene su sitio en la historia universal de la infamia terrorista.
Qué barato le ha salido a la sinrazón conseguir su objetivo. Una simple amenaza. Mejor así, por supuesto, que cobrarse vidas humanas, pero el golpe al deporte es de unas dimensiones descomunales. Ayer ganaron los terroristas y puede que el sentido común. Ahondar sobre la posibilidad de mantener el recorrido del rally hasta el final de Marruecos o sobre otra alternativa es materia que sobrepasa a este comentario apresurado. Sólo queda tiempo para lamentar el enorme daño que ha sufrido una prueba deportiva de alcance mundial, pareja en seguimiento al Tour de Francia y no muy lejos de unos juegos olímpicos o unos mundiales de fútbol. Si el terrorismo islámico no desfallece, el Dakar tiene los días contados. El Dakar y todos nosotros, vulnerables una vez más ante la chaladura de unos cuantos.
Algunos se han alegrado de esta suspensión con el argumento de que Occidente se lo tiene merecido por organizar un paseo publicitario por una de las zonas más deprimidas del planeta. Pues bien, África no resolverá ni uno solo de sus problemas si el rally desaparece, eso sí, dejará de percibir una importante inyección económica, seguramente inferior a la merecida, pero inversión al fin y al cabo. Hay tanto demagogo suelto
«Aquí acaba el mar y empieza la tierra». Así comienza 'El año de la muerte de Ricardo Reis' la novela más bella con Lisboa como fondo escrita nunca. Parafraseando al castrileño Saramago, diremos que aquí, después del 4-E (y el 11-S o el 11-M) se acaba la libertad y empieza la esclavitud del terror.
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