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PEDRO MUÑOZ
Jueves, 24 de mayo 2018, 09:50
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Este gandul de manual se llama Michael Rotondo y a sus 30 años no ha dado un palo al agua en su vida. Encerrado en su habitación, sin oficio conocido (aunque él sostiene que se dedica a sus negocios y que eso es cosa suya), sin colaborar en las tareas domésticas, ni pagar un duro por vivir en la casa de sus padres y sin cruzar tampoco una palabra con ellos desde hace años, Michael es lo que en Estados Unidos podría llamarse un 'big egg' y aquí conocemos como huevón. Y Rotondo, el campeón de los flojos, acaba de recibir el merecido premio a semejante haraganería. Sus padres, hartos de que su hijo lleve 30 años viviendo del cuento, o sea, de sus bolsillos, han conseguido sentar al talludito chaval en un banquillo, y que el juez les haya dado la razón en sus pretensiones de que abandone el hogar y se busque las habichuelas. Esta historia a medio camino entre el drama y el vodevil ha ocurrido en Camillus, un pueblo cerca de Siracusa, en el Estado de Nueva York. Allí los señores Rotondo, Mark y Christina, demandaron a su hijo como última vía para expulsarle del domicilio familiar. Antes habían intentado otras fórmulas tan persuasivas como entregarle 1.100 dólares (unos 940 euros) para cubrir los gastos de las primeras semanas fuera de casa, pero ni con dinero ni con agua caliente lograron su propósito. El muy zángano se gastó toda la pasta y volvió a atrincherarse en su dormitorio. En su argumentario ante el juez de la Corte Suprema de Nueva York, Donald Greenwood, el hijo de los Rotondo, que gasta barba poblada y abundante cabellera, pero sin un pelo de tonto, dijo que no podía marcharse inmediatamente como le exigían sus padres, porque aún no estaba preparado y, además, «como miembro de la familia» tenía derecho a seis meses más de tiempo. «No veo por qué no pueden simplemente esperar un poco a que deje la casa», les reprochó en el juicio, mientras Mark y Christina le observaban con gesto serio sentados con su abogado.
El juez rechazó esta petición «por indignante» y ordenó redactar la orden de desalojo, si bien al salir de la audiencia el hijo declaró a los periodistas que apelará la sentencia. Los Rotondo no han querido hacer ningún comentario, según el 'Post-Standard', el principal diario de Siracusa.
Si no fuera por lo desagradable que es que unos padres sienten en el banquillo a su propio hijo para echarle de casa, el juicio regaló momentos jocosos, como cuando el 'niño' les reprochó que no le prepararan la comida ni le hicieran la colada, a lo que el magistrado Greenwood le sugirió, exasperado, que probara a usar Airbnb para encontrar un lugar donde quedarse.
En la sesión se mostraron las cinco cartas que los Rotondo enviaron (con notificaciones dentro de su propia casa) a su hijo en las que le pedían que buscara un trabajo. «Hay trabajos disponibles incluso para aquellos con un historial de empleo pobre como el tuyo. Consigue uno: ¡tienes que trabajar!», le rogaron sin éxito.
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