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La aportación del exfutbolista del Barça es fundamental para el equipo de Hierro. REUTERS
La dosis exacta de Iniesta

La dosis exacta de Iniesta

Hierro tiene el reto de dosificar bien a un futbolista único que, en la temporada de su retirada del Barça, ha soportado una carga de minutos más pesada que en la anterior

Jon Agiriano

Enviado especial. Krasnodar

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Domingo, 24 de junio 2018, 01:14

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Las críticas al juego de la selección en su partido contra Irán fueron todo menos gratuitas. No se trataba de dar palos porque sí, como se quejaba el jueves Jordi Alba, que debe estar convencido de que los periodistas hemos venido a Krasnodar con cachiporras y nos morimos de ganas de darles uso. Eran una advertencia: la de que España, por mucho que tenga más o menos encarrilada la clasificación para octavos, está emitiendo algunas señales alarmantes que deberá corregir de inmediato si quiere hacer algo grande en esta Copa del Mundo. La coincidencia tras el partido contra Irán fue general: lo preocupante no había sido estrellarse contra un muro, algo que le ha sucedido a este equipo en más ocasiones y pasa en las mejores familias, sino la sensación de fragilidad que transmitió en el tramo fácil del partido.

En esos momentos de angustia se hizo evidente que a La Roja le faltaba en el campo una pieza básica para que pudiera defender como más le gusta, realmente de la única manera que sabe hacerlo bien: a través de largas posesiones de balón. Faltaba Andrés Iniesta, que había sido sustituido por Koke en el minuto 71. A nadie le había extrañado. Era un cambio cantado. Hierro había hecho exactamente lo mismo en el partido contra Portugal, en aquella ocasión dando entrada a Thiago. El mensaje del seleccionador estaba muy claro y era asumido por todos con naturalidad. El genio de Fuentealbilla ya solo tiene motor para rendir a buen nivel una hora. Y si los partidos se suceden cada cinco días, como ocurre en un Mundial, es probable que ese tiempo disminuya.

La resignación es obligada. El Iniesta pletórico de Sudáfrica que marcó el gol de la victoria en la final en el minuto 116, aquel rostro pálido que lo jugaba todo y a quien Del Bosque no hubiera retirado del campo ni bajo tortura, es ocho años después un hombre de 34 años a punto de marcharse a disfrutar de un retiro dorado en Japón. Estaba más que asumido, por tanto, que el seleccionador tendría que dosificarle bien en Rusia. ¿Cuánto? Esta es la duda que existe hoy en el seno de La Roja y que, con toda seguridad, preocupa a Fernando Hierro. Y es que el seleccionador nacional no puede pasar por alto un hecho objetivo: aparte de su edad y de que tampoco ha sido nunca un prodigio físico, el manchego ha llegado a este mes de junio más desgastado que la pasada temporada. Valverde también le ha regulado, pero siempre a partir de una confianza absoluta en él; mucho mayor que la que le tuvo Luis Enrique.

La paradoja

De este modo, se da la paradoja de que Iniesta ha pasado de jugar 2.260 minutos con el Barça en la temporada 2016-17 a sumar en la presente 2.822, como si en lugar de una estrella que se va acercando al ocaso fuese una que acaba de empezar a brillar y cada día juega más. De hecho, así ha sucedido en las tres competiciones: 1.842 minutos en la Liga frente a 1.332 la campaña anterior, 623 frente a 594 en la Champions, y 357 frente a 334 en la Copa. Hay que dar supuesto, por tanto, que Iniesta ha llegado a Rusia más animado de lo que lo estuvo con Luis Enrique, pero también más desgastado. Algo, por cierto, que les sucede a otros de sus compañeros de equipo, sobre todo a Jordi Alba, que también tuvo sus más y sus menos con el técnico asturiano y ha pasado en un solo ejercicio de jugar 2.942 minutos a disputar 3.823. Piqué, por su parte, ha venido con 530 minutos más de carga de lo que hubiera venido en 2017 y Busquets, con 220.

En principio, ninguno de estos tres últimos jugadores citados debería ser un caso preocupante, aunque es cierto que no se les ha visto muy entonados en los dos primeros partidos. Nadie dice que no vayan a estarlo pasado mañana. Todavía están en una edad magnífica. Jordi Alba tiene 29, Busquets, 30, y Piqué, 31. El problema hay que centrarlo en Andrés Iniesta, a quien siguen venerando las aficiones de todos los países. Cada vez que aparece su imagen en los marcadores electrónicos - lo vimos en Krasnodar, Sochi y Kazan-, las gradas le rinden pleitesía. Y decimos problema porque estamos hablando de la solución, de encontrar la manera más precisa e inteligente de regular a este jugador extraordinario, decisivo todavía en los momentos de fútbol más luminosos de La Roja.

La influencia de Iniesta continúa siendo muy grande. Los jugadores únicos como él proyectan a su alrededor un campo magnético que no se desvanece hasta su retirada. Como ya no puede jugar a ritmos altos durante fases largas, el de Fuentealbilla se dosifica y juega por rachas, que siempre coinciden con los mejores momentos de fútbol de España. Sucede algo similar con Isco, aunque el malagueño no tiene la disculpa de la erosión de los años. Lo suyo es intermitencia genética. El escaso motor del manchego, unido a las características de Silva, Isco y Busquets, tampoco permite a la Roja sostener ahora fases largas de presión adelantada, lo que incide en su balance defensivo porque este equipo nunca ha sabido defender en su campo. Son condicionantes que hay que aceptar y superar, siempre desde la convicción de que, todavía hoy, una pequeña dosis de Iniesta puede resucitar a su equipo y fulminar al contrario.

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