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El seleccionador José Manuel Brasa da instrucciones a sus jugadoras.
Amor, sangre, sudor y lágrimas

Amor, sangre, sudor y lágrimas

Las heroínas de José Manuel Brasa lo sacrificaron todo por el hockey y lograron el mayor éxito olímpico de una selección hasta entonces

Ignacio Tylko

Madrid

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Lunes, 7 de agosto 2017, 00:34

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«¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?», repreguntaba a los incrédulos el seleccionador José Manuel Brasa cuando sus chicas de oro lloraban de emoción después de vencer a Alemania en la final de Terrasa, la cuna del hockey hierba en España, y conseguir el mayor éxito hasta entonces de una selección española. Sólo el meticuloso técnico vigués y el grupo capitaneado por Mercedes Coghen, años después consejera delegada de la fallida candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2016, sabían de los esfuerzos acumulados hasta coronarse.

Hasta disfrutar de titulares como «las chicas son guerreras», padecieron durante 150 días fuera de España sólo en el último año de preparación. Giras por Bélgica, Holanda, Alemania y Rusia, donde pasaron hambre y frío, o sesiones en Cuba para adaptarse al clima y la humedad de Terrasa. Se sometieron a la disciplina de un técnico 'sui generis', de David Pérez, preparador físico procedente del atletismo, de los médicos de la Universidad de Navarra, encargados de los exámenes de peso, nutrición, lactato y hormonas, y hasta de un psicólogo y de sesiones de sofrología. «Todo salió bien, pero hicimos de conejillos de indias y sufrimos un montón», resume Coghen.

En los banquillos ya desde los 18 años, Brasa fue elegido seleccionador femenino en 1985, un año antes de la concesión de los Juegos a Barcelona. Fue un adelantado a su tiempo: sticks a medida, con apósitos especiales para corregir la posición; máquinas de tirar pelotas de tenis que lanzaban 300 bolas de hockey por hora para preparar los penaltis córner; entrenamientos a las porteras con una especie de cortina gigante para adquirir reflejos.... Cualquier detalle se le ocurría a este tipo serio que tiempo después contrajo matrimonio con una de sus jugadoras y cree que su capacidad para inventar es genética porque su bisabuelo, Antonio Sanjurjo, fue uno de los cuatro españoles que en el siglo XIX construyeron un submarino.

Brasa miraba a largo plazo, sin importarle la ausencia de las chicas en Seúl'88. Se recorrió España en busca de jugadoras que aceptaran sacrificar familias, estudios y trabajo para ser becadas y trasladarse a la Residencia Blume. Meses después del quinto puesto en el Mundial de 1990, les planteó tres opciones: luchar por las medallas y asumir el coste humano, aspirar a un quinto puesto con un esfuerzo menor o acudir a la gran cita sólo para el desfile. Como eligieron la primera alternativa, mujeres que solían ejercitarse cuatro horas semanales en sus clubes pasaron a trabajar diez horas diarias. «Terminábamos muchos días casi llorando», recuerda Coguen.

A finales de febrero del año mágico comenzó la concentración en Terrasa. En el hotel 'Don Cándido' se planificaban las tácticas hasta el último detalle. Como a Brasa le inquietaba el agobio periodístico en los días clave, una productora de televisión acompañó a las chicas para que se soltasen ante las cámaras sin descentrarse.

El día de la inauguración, el seleccionador se quedó analizando vídeos en el hotel mientras a las protagonistas se les ponía la carne de gallina al desfilar con el príncipe Felipe al lado, escuchando el rugir del estadio de Montjuic. «La ceremonia elevó el nivel de activación de las jugadoras, ya con ganas de comerse a sus rivales», cuenta Brasa.

Llegó el estreno. En un mal partido, a base de empuje las españolas nivelaron un 0-2 adverso frente a Alemania. Luego, victoria cómoda ante Canadá y triunfo por la mínima ante la poderosa Australia con una actuación memorable de la portera Mariví González. El oro ya se veía factible. En la semifinal ante Corea, las gradas se ambientaron con pancartas del tipo «Las chicas de Brasa, el terror de Terrasa». Tras el empate a uno, en la prórroga se notó la paliza física de Cuba porque las españolas superaron a las asiáticas. Un gol y a la final. Si se hubiera llegado a los 'strokes', el desenlace por penaltis, todo estaba preparado: las lanzadoras, el orden y hasta el sitio al que apuntar.

Llega la final ante las germanas. Carmen Barea marca pronto, pero Hentschel empata enseguida. El miedo a perder atenaza a todas. Empate y nueva prórroga. Casi al descanso, Maider Tellería dibuja un pase magnífico, Eli Maragall, sobrina del alcalde olímpico barcelonés, se lanza y gol. Baño de oro y desparrame en la fiesta del Club Egara. «Es como cuando te casas; no te acuerdas de muchas cosas y no te da tiempo a disfrutarlo, pero ahí quedan las fotos», bromea Coghen.

Momentos amargos

Hubo algún momento amargo. Tras el triunfo en semis ante las surcoeanas, la madre de Celia Corres, lateral derecha de Terrasa que no había jugado ni un minuto, se acercó a Brasa y aseguran que le agredió. «Ese suceso nos puso muy tristes a todas, pero en tanto tiempo sucede de todo. Se muere el padre de una en la concentración, conviven una jugadora que había crecido en una ikastola con otra cuyo padre era militar y lo había matado ETA... Ahora tenemos un grupo de chat y siempre estaremos juntas», resume Coghen.

Tras 12 años al frente de la selección femenina y de 22 como técnico en la federación, Brasa fue destituido por Martí Colomer cuando éste llegó a la presidencia. «No tenemos dinero para pagarle», alegó el dirigente. Detrás de esa decisión, empero, se escondía la oposición del técnico al dominio catalán de este deporte.

«No les gustaba que contásemos con chicas de Benalmádena, Toledo o Llodio», se lamenta 25 años después el gallego sabio. Luego, ganaría la liga india, considerada la NBA de este deporte, y se convertiría en el primer entrenador extranjero que fichó por la selección de ese país. Como se aburre jubilado, no descarta emprender otra aventura en el extranjero.

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