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JUAN JESÚS GARCÍA
GRANADA
Domingo, 11 de febrero 2018, 01:24
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Maldita Nerea actuó anoche en la sala Lorca, la grande, del Palacio de Congresos de Granada para presentar su último álbum, 'Bailarina', un trabajo que se anunció como «marcado por la diversidad y un sincero homenaje al universo femenino».
Se da la circunstancia de que el grupo de Jorge Díaz, haciendo un 'flashback' de más de doce años, actuaba siendo un desconocido ante casi nadie en una sala justo en frente del Palacio que anoche casi llenaron. Maldita Nerea en la actualidad es un grupo consagrado con varios discos de platino en su haber y múltiples singles en lo más alto de las listas de radios, iTunes y Spotify, y uno de los últimos ejemplos de la autoridad promocional que tenían la industria y las radiofórmulas hace unos años.
Ya instalados en la cumbre de la popularidad, en el sector muy joven y mayormente femenino (y masculino consorte), el grupo ha ralentizado su vida pública dosificándose entre pausas, descansos y ocupaciones paralelas que han demorado tres años la continuidad de 'Mira Dentro', cedé publicado en 2014 por el grupo de este terapeuta del lenguaje en su segundo oficio. Precisamente la canción homónima ha dado nombre también a su primera novela y acompañó el pedalear de los 'esforzados de la ruta' en la Vuelta del año pasado; no ha sido su única incursión deportiva ya que firmaron el entusiasta himno de la selección de fútbol en los mundiales de Brasil.
Sin prisa pero sin pausa Jorge y los suyos han ido como las tortugas de su imaginario, las que nombran a su fans, lentos pero seguros, desde que aquel concierto en el bar Buda, luego el Planta hasta llegar al Auditorio Manuel de Falla y ahora al Palacio de Congresos; genuina progresión geométrica de aforo de factor 2. Es un grupo que ha ido creciendo a la par que su público lo hacía, por lo que son seguidos (casi perseguidos) con un fervor un paso más allá de lo normal. 'Lo siguiente', que se dice ahora.
El Iniesta del pop
Con un escenario discreto, de apariencia invernal, tubos y bombillas de toda la vida y fondo estrellado, llama la atención en MN que no quieran apabullar ni ensombrecer el 'poder' de sus canciones. Hasta ellos pecan tanto de moderación que han sido llamados 'antiestrellas', y a Díaz le bautizaron como 'el Iniesta del pop' por sus ganas de no sobresalir más que lo justo. En el Palacio no hubo grades despliegues de efectos especiales, más allá del calor humano que ocultó la tapicería a la vista y que al minuto cayó como un tsunami emocional sobre el parqué. Es lo que tienen las tortugas, que son tranquilas y relajadas... hasta que muerden. Tienen tantas ganas de no salir que limitan las fotos a dos temas y llenan el humo del escenario para que sea imposible.
Con un aspecto muy aseado y elegante, Jorge Ruiz sigue cuidando su puesta personal en escena. Esta vez de negro riguroso demoró su salida al centro del rectángulo: primero encendieron las bombillas de filamento, luego asomaron sus compañeros (Serginho Moreira, Rafa Martín, Vicen Martínez y Luis Gómez), y al final apareció él cantando desde bambalinas. Sin ser ningún adonis, más bien el tipo que puede vivir encima o abajo de casa y pasar desapercibido, es innegable que tiene un magnetismo para su gente parecido al de un gurú de la secta tortuguista; «Os quiero», dijo; «Quiero un hijo tuyo», le respondieron.
'Me Pesan Las Alas', uno de los temas con más ritmo de su último disco, fue la sintonía de arranque de este concierto que, como los este tipo de ceremonias, lo fue de confirmación, porque los ya bautizados acuden a reafirmarse en su condición quelonia hasta el punto de colaborar tanto que resulta injusto que tengan que pagar entrada.
'Cantómetro' en verde
Suele decir el portavoz del grupo que el directo es la prueba del nueve de cada canción, y que si la gente las canta perviven en el repertorio, y si no tanto, pasan al cajón de reciclaje. Así las cosas, 'Al Beso Siguiente' permanecerá al lado de 'Cuando Todas Las Historias se acaban' (originalmente grabada con la voz solista de los 'resucitados' La Oreja de Van Gogh). Aunque ciertamente el 'cantómetro' nunca llegó siquiera a la zona naranja. Dos temas de sus discos anteriores, su conocidísimo '¿No podíamos ser agua?' y 'Por el Miedo a Equivocarnos' sonaron para ir equilibrando su cancionero; fue el caso también de 'Tu mirada me hace grande' o 'Cosas que suenan a triste'.
Hábil con la formas, su cantante pone el cebo y quita la mano, inicia las estrofas y se retira para que la audiencia haga su parte, habitualmente en tromba, consiguiendo que sea esa apropiación de mensajes la verdadera protagonista de cada noche y en cada ciudad. El tortugo mayor invita a entrar a su gente en las canciones y hacerlas suyas tan explícitamente que renuncia a cantarlas, regalándoselas al gentío.
Como buen logopeda que es Jorge, siempre tiene una visión cercana al educador, y un tema como 'Calcetines' refleja esa intención a través de su propio hijo, al que asegura está dedicada «para que seáis lo que querais ser» dijo, recordando la existencia de su fundación Promete y los campamentos educativos de su guitarrista.
Canciones con mensaje
Detrás de cada manojo de canciones en MN hay siempre un argumento, y así en 'Fácil' puso los acentos en la vida más sencilla; en la senda del autoconocimiento incidió con 'Mira dentro', y ahora, con 'Bailarina' se adelantó muy oportunamente desde el lado masculino a la actual corriente de empoderamiento femenino. Compromiso con la vida real que en una ocasión les llevó a regalar una canción ('Tu eres la vida') a la asociación española contra el cáncer.
Los hay implícitos, y también mensajes completamente explícitos: Ruiz explica que «es necesario escuchar a los demás, algo que casi está en desuso». Mientras siguen cayendo canciones: 'Cuando todas las historias se acaban', 'Desde las nubes' o 'A quien quiera escuchar', nuevamente con la aguja del medidor de decibelios vocales en el verde total y en las frecuencias agudas.
Unas piezas más de un formato al que le tiene cogidas perfectamente las medidas: pop ligero, correcto y asequible, sin notas al margen, cien por cien cantábile, con letras positivas, pretensiones de trascendencia y en ocasiones con proposiciones y aforismos no muy distantes de la autoayuda. Y siempre envueltas en un vistosa producción, vistiendo las piezas con cortes sonoros muy de moda y planchaditos al gusto del pop para todos los públicos de aquí (Kim Fanlo), y de allá (Sebastian Krys), con el denominador común de Tato Latorre.
Una vez escuchadas algunas de sus piezas obligatorias como 'No Pide Tanto Idiota' y 'Mira dentro', todo el concierto parecía encaminarse a dos canciones que son tan emblemáticas para la 'nación tortu' como su camafeo con un galápago central: 'El Secreto De Las Tortugas' (a voces obviamente) y la titular de gira, libro, disco y concierto, esa 'Bailarina' que «Si la llevas a bailar no necesita ni una palabra más». Protagonista paradójica de una noche de completa afonía colectiva.
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