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Juicio al nazi Adolf Eichmann en Israel en 1961.
La cruz de la esvástica

La cruz de la esvástica

El periodista de 'Newsweek' Andrew Nagorski cuenta la historia de los hombres y mujeres que dedicaron su vida a seguir el rastro de los asesinos del Tercer Reich por todo el mundo hasta conseguir llevarlos al patíbulo o la cárcel

José Antonio Guerrero

Domingo, 28 de mayo 2017, 01:41

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Un patíbulo en mitad de un gimnasio, un verdugo alcohólico que antes de dedicarse a colocar capuchas negras fue vagabundo, los últimos gritos de los jerarcas de Hitler condenados en Núremberg, una trampilla que se abre con estruendo, una soga que se tensa En 'Cazadores de nazis' (ed. Turner), Andrew Nagorski narra mucho más que la historia de quienes han dedicado su vida a seguir el rastro de los asesinos del Tercer Reich y llevarlos hasta el cadalso, o la cárcel. Ahora que este oficio llega a su fin de manera natural (los nazis que huyeron tras la II Guerra Mundial y que siguen vivos rondan los cien años de edad), este escritor y periodista del prestigioso semanario 'Newsweek' desgrana la vida, con sus aciertos y sus errores, de una estirpe de hombres y mujeres que buscaron por todo el mundo (con paradas frecuentes en Sudamérica) a estos criminales de guerra para que pagaran por sus atrocidades.

El libro, el primero que Nagorski publica en castellano, arranca con la descripción de los juicios de Núremberg y de aquel patíbulo construido a toda prisa en el gimnasio de una prisión donde poco antes los guardianes americanos habían jugado un partido de baloncesto. Hermann Göring, aspirante a suceder a Hitler, iba a ser el primero en morir en la horca, pero burló la soga mordiendo una pastilla de cianuro. Menos trabajo para el verdugo, el sargento mayor John C. Woods, un americano alcohólico, con los dientes torcidos y amarillos, aliento asqueroso y el cuello siempre sucio, como lo describió un soldado judío que había sido su compañero en el ejército.

Woods sabía que se podía permitir descuidar su aspecto porque sus superiores lo necesitaban para hacer el trabajo sucio. Núremberg lo convirtió en uno de los hombres más importantes del mundo. Así lo cuenta Nagorski en su obra, donde a lo largo de 400 páginas detalla la historia de los cazadores de nazis, pero también la de aquellos a los que perseguían: de Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, al que el matrimonio Klarsfeld buscó por todo el mundo durante años hasta llevarlo ante un juez que lo condenó a cadena perpetua en 1987; de Martin Bormann, el secretario personal de Hitler; del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss; de Ilse Koch, 'la perra de Buchenwald', que se ganó fama de provocar sexualmente a los prisioneros; de Josef Mengele, el infame médico de Auschwitz; de Adolf Eichmann, uno de los artífices del Holocausto

Y por supuesto habla de los cazadores, de sus historias, de sus poderosas razones para perseguir nazis por medio mundo, de esa idea común a todos ellos de hacer justicia (trufada de venganza en algún caso), pero también de los celos y conflictos en esa carrera por exhibir sus trofeos. Ahí están, como no podía ser menos, nombres que han pasado a la historia como Simon Wiesenthal (1908-2005), Tuvia Friedman (1922-2011), el citado matrimonio franco-alemán que formaban Beate Klarsfeld (una temeraria incorregible y la cara más visible de la pareja) y su marido Sergé, o Efraim Zuroff, considerado el último cazador de nazis, y que en una reciente entrevista a este periódico decía que el reloj biológico está haciendo el trabajo que no pudo hacer la justicia, pero que aunque la mayoría de los esbirros de Hitler ya estén muertos todavía quedan algunos vivos y hay que capturarlos.

«Nunca pidieron perdón»

El libro arranca con los ahorcamientos de los principales líderes nazis condenados al cadalso en Núremberg y ahí mismo se ve el nulo arrepentimiento por la barbarie de sus actos. Antes de que el ya citado verdugo Woods colocara la capucha negra sobre sus cabezas, se oyen las últimas proclamas abiertamente desafiantes de los condenados: Todo por Alemania, ¡Heil Hitler. Ninguno pidió perdón. Pocos alemanes se expresaron ante los vencedores con tanta crudeza, pero tampoco era habitual que mostraran arrepentimiento, escribe Nagorski en el libro, donde recoge las palabras de jueces, fiscales, investigadores y agentes secretos que también persiguieron con la ley y con pruebas documentales a los nazis. Ahí están las reflexiones (y los recuerdos, por más que hayan pasado 70 años) de Benjamin B. Ferencz, fiscal de los juicios de Núremberg, una leyenda viva que hoy tiene 97 años: En todo el tiempo que pasé en Alemania, ningún alemán vino a decirme Lo siento. Esa fue mi mayor decepción: nadie, incluyendo a los asesinos en masa a los que llevé a juicio pidió, siquiera, disculpas. Esa era su mentalidad.

La historia de Wiesenthal

Nagorski y las apasionantes historias que traza en sus páginas, rinde homenaje a esos cazanazis que actuaron de forma oficial, y también a esos otros freelancers, a gente concienzuda que iba por libre como el mítico Wiesenthal, que sobrevivió a cinco campos de concentración y que escapó milagrosamente de la muerte en unas cuantas ocasiones. Por ejemplo el 6 de julio de 1941 cuando se vio envuelto en una matanza de judíos organizada por las tropas ucranianas que les pusieron contra la pared y empezaron a dispararles en la nuca mientras bebían vodka a tragos. A la sien de Wiesenthal le tocaba ya recibir su bala cuando de repente empezaron a repicar las campanas de una iglesia cercana y un ucraniano gritó: ¡Ya basta! ¡Misa de tarde! Y los soldados desaparecieron.

En el libro Nagorski recrea el día en que Wiesenthal, un austríaco de origen judío que antes de caer prisionero se licenció en Arquitectura, comenzó su carrera como cazador de nazis. Ese día coincidó justo con la detención de un guardia de las SS apellidado Schmidt. El nazi lloró y suplicó clemencia jurando que él era un don nadie y que incluso había ayudado a muchos prisioneros del campo de concentración de Mauthausen, donde estaba destinado. En efecto, le interrumpió Wiesenthal, yo mismo he visto cómo ayudabas a llevarlos al crematorio.

En la búsqueda de nazis por todo el mundo, Wiesenthal, el más famoso de todos los perseguidores, colaboró con otro célebre hunter, Tuvia Friedman (1922-2011), que dedicó su vida al oficio (tuvo en su poder una lista con 700 nazis y llegó a localizar a 250). Pero sus relaciones no siempre fueron fáciles. De hecho, Friedman dice de Wiesenthal que cuando al acabar la guerra salió del campo de concentración en el que estuvo prisionero, Simon era un cazador de asesinos nazis resentido, vengativo e inmisericorde. Pero a pesar de que fue un personaje controvertido, hasta sus mayores críticos reconocen que desempeñó un papel esencial a la hora de mantener la presión sobre los secuaces de Hitler que habían escapado de la justicia, persiguiéndolos hasta los confines del mundo.

Por poco tiempo

Nagorski, como los cazadores de nazis que describe en su libro, cree firmemente en que la vejez no te absuelve de culpa. Por eso, si la esvástica, el símbolo por antonomasia de la Alemania nazi, tuvo sus caras, los cazadores de nazis que aparecen en el libro son su cruz, su pesada, asfixiante y justísima cruz. Y lo seguirán siendo aunque ya por muy poco tiempo. Lo admite el propio Nagorski: La historia de los cazadores de nazis prácticamente toca a su fin, al menos en lo que respecta a la búsqueda de criminales de guerra. Pero su legado permanece vivo.

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