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Fortuny llena de exotismo El Prado

Fortuny llena de exotismo El Prado

La pinacoteca reivindica al pintor catalán, que recorrió las calles de Granada y plasmó, no sólo su esencia, sino la existencia de sus gentes

IÑAKI ESTEBAN y J.A.M.

GRANADA

Martes, 12 de diciembre 2017, 01:12

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Inaugurada el pasado 21 de noviembre y con duración hasta el 18 de marzo de 2018, el Museo Nacional del Prado dedica una gran exposición antológica al artista español del siglo XIX que gozó de más prestigio y proyección internacional: Mariano Fortuny y Marsál (1838-1874), donde la etapa granadina del pintor tiene un sitio de honor.

Fortuny está de moda. Es «el resurgir de una estrella rutilante», como ha dicho la crítica. Reciente todavía la exposición 'Fortuny. Tiempo de ensoñación', celebrada en Granada (Palacio de Carlos V) y en Zaragoza y Sevilla, desde 2016 a este 2017, el Museo del Prado rinde homenaje al gran pintor catalán que revolucionó el panorama artístico de su tiempo, siguiendo la estela, con gran acierto, de otras antológicas como la de Martín Rico o Joaquín Sorolla, donde, por cierto, Granada también tenía presencia.

Esta gran exposición, comisariada por Javier Barón, es el resultado de la investigación que el equipo del Prado ha desarrollado durante casi cinco años. Reúne un total de 169 obras, 67 de ellas rara vez vistas y otras 12 son totalmente inéditas.

Pero es la Granada de Fortuny la que tiene una importante presencia en esta muestra, por cuanto constituyó uno de los episodios más sobresalientes de la peripecia vital y de la producción del artista. Efectivamente Mariano Fortuny y su familia vivió en nuestra ciudad por espacio de algo más de dos años, e incluso tuvo la intención de establecerse aquí para siempre. En Granada vivió feliz, trabajó libre, a su aire, alejado de otros lugares como Madrid, Roma o París, donde ya no se encontraba a gusto. La etapa granadina del pintor, según todos sus biógrafos, constituyó uno de los mas importantes hitos de su producción, tanto en cantidad como en calidad y supuso además, etapa de ruptura y de nuevos descubrimientos.

Granada era para el pintor un paraíso, todo le interesaba y todo lo pintaba, desde la dieciochesca carroza del vicario hasta los cerdos retozando en los charcos, desde las filigranas de encaje de la Alhambra a la sombra de una farola sobre el suelo de piedras de una calle albaicinera... Deslumbrado por su luz, inicia Fortuny en Granada su etapa quizá más colorista y luminosa. «Granada, la más bella entre las bellas, la de cielo lapislázuli, la de las torres y fortalezas rosadas y la Alhambra de oro, plata, en fin, de todo lo que hay mas rico en el mundo», decía y, entusiasmado, le escribe a su amigo Martín Rico para que se reúna con él en Granada: «He venido aquí porque no hay pintores». «La vida es la mitad de cara y se es enteramente independiente. Tengo toda una casa por taller, se puede pintar al aire libre, sin vecinos, y tengo la vista sobre la Vega, con efectos de sol magníficos». «Ven, pasaremos un buen invierno, pintaremos patios y gitanos a voluntad».

Huye de arquetipos pintorescos y romanticismos trasnochados y descubre lo contemporáneo y lo cotidiano. Le interesa el paisaje urbano y el paisanaje humano y así pintó calles, plazas, patios, palacios, iglesias, jardines... y gitanos, verduleras, monjas, aguadores, mendigos, viejos...

Pinta a pleno sol, en plena calle, en todos sitios... a todas horas. Fruto de ello son, por ejemplo, la soberbia acuarela 'La Carrera del Darro, Granada', nunca vista hasta ahora fuera de su casa, el British Museum de Londres y el espectacular pequeño-gran cuadro 'Ayuntamiento viejo de Granada', con sede natural en el Museo de Bellas Artes de Granada, y que ha viajado a Madrid como una joya y ante la que, sin esfuerzo, nos podemos transportar a la plaza y palacio de la Madraza en el siglo XIX. Igualmente están expuestas algunas cartas autógrafas que incluyen dibujos granadinos, así como la famosa fotografía de Fortuny y todo su séquito de familiares y amigos que posan ante la Fachada de Comares en el Patio del Mexuar de la Alhambra.

Capítulo importante lo ocupa el llamado 'Fortuny coleccionista', también muy bien representado en la exposición. El pintor da rienda suelta a su gran pasión de coleccionista de antigüedades. Indaga, busca, contacta con anticuarios y va comprando compulsivamente todo lo que puede y aumenta su colección de manera significativa con las piezas granadinas. Se ha echado en falta la presencia de alguno de los tres grandes jarrones hispano-musulmanes granadinos que pertenecieron al pintor. Pero si que está y destaca el famoso 'Azulejo Fortuny', que es una pieza cerámica de excepcional belleza y valor que se encontraba en un importante edificio nazarita de la Carrera del Darro. Esta casa es una de las últimas de aquel periodo que han sobrevivido hasta nuestros días, y su actual propietario es el arquitecto granadino Carlos Sánchez, que compró y restauró con gran rigor y acierto tan singular inmueble. Después de descubrir que la maravillosa pieza cerámica era de esta casa, de donde salió en 1871 para pasar a manos de Fortuny, se ha convertido en el principal conocedor del azulejo y de su historia y así lo demuestra desde las páginas del catálogo de la exposición del Prado.

Coincidiendo con la gran exposición y su catálogo, se han publicado los libros 'Cecilia de Madrazo, luz y memoria de Fortuny' y el 'Epistolario', desde donde también aflora rica información sobre Granada, poco o nada conocida hasta ahora, y dan igualmente noticia de la importancia que tuvo nuestra ciudad en la vida de Mariano Fortuny y de su familia.

Vivió sólo 36 años y aun así consiguió fama internacional y dejó una obra única, forjada en el respeto a los maestros y en la experimentación con la luz y el color, que le situaron como uno de los protagonistas del capítulo anterior al impresionismo. Murió en 1872, cuando el arte empezaba a volar con una inédita libertad y por ello surge la pregunta de hasta dónde podría haber llegado.

Mariano Fortuny tuvo un gran talento y quizá el movimiento de las primeras vanguardias le habría llevado más lejos. Pero lo que hizo entre su primera estancia en Marruecos, a los 22 años, y su muerte en Roma, 14 después, le valió para dejar una obra amplia en los mejores museos y colecciones del mundo. El Prado organiza ahora su primera monográfica sobre el creador con 169 pinturas, algunas nunca mostradas antes, otras poco conocidas y otras verdaderamente sorprendentes, como sus acuarelas, la envidia de sus amigos artistas.

Llama la atención en esta magna exhibición, preparada durante cinco años de forma exhaustiva, el papel tan determinante que tiene Granada, una ciudad en la que Fortuny pasó un año de su vida, donde nació su hijo, y cuyos paisaje y paisanaje marcarían de forma decisiva el devenir posterior de su obra. La capital de la Alhambra cuenta con una sala propia en la exposición, donde destaca la obra 'La Carrera del Darro. Granada', de gran impacto visual, que refleja a la perfección su etapa creativa en nuestra ciudad, y, lo más importante, había permanecido inédita fuera de Londres hasta ahora. No es la única, sin embargo. 'Ayuntamiento viejo de Granada', 'Calle del Realejo Bajo' o el conocidísimo 'Azulejo Fortnuy', también se integran en esta sala.

La muestra sigue la trayectoria desde sus dibujos sobre la figura humana, un ejercicio de una perfección que parece sobrehumana, hasta sus pequeños cuadros de desnudos de niños que antecedieron con toda claridad a lo que después hizo Sorolla y, en menor medida, Darío de Regoyos. En las salas que acogen la exposición, que podrá visitarse hasta el 18 de marzo, está el artista del exotismo romántico, de la ensoñación orientalista, de los tipos y paisajes de los que se quedó prendado desde que la Diputación de Barcelona le envió al norte de África para que pintara las heroicidades de los soldados catalanes en la guerra hispano-marroquí.

Años prósperos

El pintor cumplió a medias con el encargo propagandístico. Volvió a su ciudad dos años después, en 1864, con numerosos apuntes, pero no logró culminar el cuadro previsto de la contienda en Tetuán, aunque sí mostró la violencia despiadada del enemigo en 'La batalla de Wad-Ras'.

En Marruecos descubrió la luz, el color, los espacios abiertos al infinito y las geometrías de su arte. Empatizó con sus habitantes sin abandonar la mirada del orientalismo colonial. «Admiraba la autenticidad con que vivían, al contrario que los europeos», destacó Javier Barón, comisario de la muestra y responsable del proyecto desde que se lo encargara en 2012 Miguel Zugaza, entonces director del Prado. Figuras como la de 'El herrador', practicando su oficio en un patio por el que saltan sus gallinas, la descripción de fiestas populares como la explosión de la pólvora y personajes de los estratos más modestos del norte de África avisan de la visión dramática, y a la vez complacida, del pintor sobre las rarezas que observaba.

En la exposición también se muestran encargos como el cuadro colocado en el techo en el que la regente María Cristina pasa revista a los soldados, y que ella destinó a su residencia de París. Fueron años prósperos para Fortuny. Su marchante francés movió bien su obra y vendió por 70.000 francos 'La vicaría', que representa la boda de un señor mayor y rico con una joven deseosa de mejorar su posición social.

Ese dinero le permitió vivir a sus anchas en Granada, donde elaboró una obra muy libre. Algo patente en el citado cuadro del viejo Ayuntamiento, en cuya base se sienta un grupo de personajes pintorescos. En nuestra ciudad se acercó a la modernidad y también aprovechó las posibilidades de ampliar su colección de objetos con piezas de artesanía hispanomusulmán, armas, cerámicas, textiles, marfiles, muebles y cristales, incluidos en las salas del Prado.

El director adjunto del museo, Andrés Úbeda, incidió en las cuatro compras recientes de obras de Fortuny que se integran en la muestra, la última con los bienes dejados por la maestra Carmen Sánchez en su testamento, «una persona de la que aún sabemos muy poco». De la talla internacional del pintor dan fe los préstamos de 40 instituciones y particulares, como el British Museum, el Louvre, el Hermitage de San Petersburgo y la National Gallery de Washington. Fortuny fue un asiduo de los museos, entre ellos el Prado, donde trabajó como copista de Velázquez, Ribera y Goya para perfeccionar su estilo. Las copias también han sido incorporadas a la retrospectiva. Son detalles que definen a un artista resultón, que agrada y abre una interesante vía de conocimiento para acercarse al espíritu del orientalismo romántico y al triunfo de esta sensibilidad en la Europa del XIX.

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