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Tierra de frontera
DE RUTA POR ALMERÍA

Tierra de frontera

Las fortificaciones del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar

FRANCISCO VERGARA Y FLORES

Domingo, 30 de abril 2017, 03:59

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El Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar cuenta con uno de los conjuntos fortificados más interesantes del Mediterráneo, por su variedad y por la armonía con su entorno, un patrimonio tan bello como injustamente tratado. Torres, fuertes, baterías, cortijos fortificados, castillos y búnkeres son testimonios en piedra de nuestra historia, de un tiempo en que el mar era la frontera militar en una guerra contra el enemigo norteafricano. Insegura, despoblada, temida, era la 'costa de los piratas'.

LOS 'GUARDAS DEL MAR'

Durante siglos el Islam mantuvo dos orillas del Mediterráneo occidental. Pero cuando en 1492 los Reyes Católicos conquistaron el Reino de Granada la línea de frontera se trasladó al mar, y toda la costa almeriense se convirtió en una peligrosa tierra de frontera, donde militares y religiosos eran sus adelantados. El despoblamiento se acentuó con las sucesivas expulsiones de mudéjares y moriscos y la misma Almería se convirtió en un villorrio con apenas dos mil habitantes.

La fortificación de la costa era una necesidad imperiosa. Pero los Reyes Católicos tenían empresas de altos vuelos y pocos recursos para una tierra de mayoría mudéjar, a la que se le prohibió vivir a menos de una legua de la costa. Lo mismo ocurrió con el emperador Carlos V. La defensa se centró en la ciudad (castillo de la Alcazaba y catedral-fortaleza) mientras en la costa de Cabo de Gata se mantuvo el sistema de vigilancia de torres y atalayas que desde Yusuf I los nazaríes utilizaban para frenar la piratería. Los 'Guardas del Mar' eran responsables de vigilar las 'estancias' (un trozo de costa); pero mal pagados y tan soldados como pescadores, bastante tenían con subsistir. Los piratas podían actuar con total impunidad.

¡MOROS EN LA COSTA!

Hubo que esperar a Felipe II para que se diseñara un verdadero plan de fortificaciones. Cambio de estrategia: combinar la vigilancia de las atalayas con la construcción de fortificaciones provistas de guarniciones armadas, los Infantes del Pie de la Costa. Así se construyeron Torre García (en lugar cercano a la vieja torre nazarí) y las torres de San Miguel, Vela Blanca, la Testa (desaparecida) y San Pedro, en un lugar estratégico para los enemigos por su abrigo natural y su valioso manantial de agua. Mucho tuvo que ver esta estrategia con la sublevación de los moriscos de las Alpujarras en 1568. Creció el temor al 'enemigo interno', aliado del mundo musulmán, y la represión fue extraordinaria: más de 80.000 moriscos fueron expulsados del Reino de Granada. Muchos marcharon a Berbería, siguiendo los pasos de sus antepasados andalusíes. El despoblamiento aumentó en proporción directa al peligro en la costa.

El siglo XVII fue aún peor. La crisis económica dejó sin recursos a la Corona para emprender nuevos proyectos de fortificación e incluso hubo que recurrir en ocasiones a privatizar las defensas a cambio de títulos nobiliarios, como ocurrió con el castillo de San Pedro que pasó a manos de los Almansa. La expulsión definitiva de los moriscos de España en 1609, en tiempos de Felipe III, tuvo nefastas consecuencias. Más de 320.000 personas fueron expulsados y la mayoría acabaron en la orilla enemiga, en el Magreb. Algunos se sumarían a las razzias piráticas con sed de venganza.

La piratería berberisca fue un auténtico azote para nuestras costas durante cuatro siglos. Los piratas llegaban a playas desprotegidas, penetraban en el interior y saqueaban propiedades, mataban a los hombres y hacían prisioneros a las mujeres y niños para venderlos en los mercados de esclavos. Muchos de ellos eran moriscos almerienses, conocedores del territorio, como el famoso Alonso de Aguilar 'el Joraique'. En 1570, desembarcó con su flota en Aguamarga y llegó a Tahal y Sorbas, sembrando el terror durante 4 días. Muchos pueblos sufrieron suerte semejante. Lucainena de las Torres sufrió ataques en 1555 y 1556. En 1573, 23 barcos desembarcaron 480 berberiscos que arrasaron Cuevas del Almanzora. En 1569 moriscos de Teresa fletaron un barco para Argel (que entonces tenía prisioneros a más de 25.000 cristianos) y volvieron en dos ocasiones, tras cada intento de repoblamiento. No hubo tercer intento de repoblación y Teresa quedó abandonada. Poco podían hacer los 'hombres de la frontera', hombres curtidos por la sal del Cabo y las malas pagas, simples supervivientes.

UNA MURALLA FRENTE A LA PIRATERÍA BERBERISCA

La Guerra de Sucesión castigó duramente las fortificaciones de la costa e incluso Almería fue bombardeada en 1703. Al finalizar, la nueva dinastía borbónica asumió la urgente tarea de realizar un nuevo plan de fortificaciones. Felipe V mandó construir dos fuertes con nombres de santos: San José (actual cuartel de la Guardia Civil) y de San Francisco de Paula (el faro). Aunque para guardar las fronteras, los mejores santos eran los cañones.

Carlos III, el rey ilustrado que dijo: «Mis vasallos son como niños; lloran cuando se les lava», fue quien puso en marcha el proyecto defensivo más ambicioso para la costa, tras ser «informado de los repetidos insultos que padece la costa del Reino de Granada por las frecuentes correrías de los corsarios y lo que dificulta el comercio interior y exterior». Las bases las puso el Reglamento de 1764 que ordenaba la reparación de las fortificaciones existentes y la edificación de otras nuevas, además de crear nuevos cuerpos militares. El ingeniero militar José Cramer proyectó las nuevas instalaciones defensivas: las baterías de San Ramón en el Playazo de Rodalquilar y San Felipe en Los Escullos ('hermanas' de las de Guardias Viejas y Garrucha). También se levantaron la torre de Cala Higuera y la del Cerro de los Lobos y se rehabilitó el antiguo cortijo fortificado de la Rambla del Plomo. Así, las fortificaciones del litoral de todo el Reino de Granada pasaron de 28 a principios del siglo XVI a más de 110 a finales del siglo XVIII. Los nuevos cañones disuadieron a los atacantes piráticos mientras la diplomacia puso el resto para poner fin a esta guerra interminable

DE LA DESTRUCCIÓN Y ABANDONO A. ¿LA PROTECCIÓN Y DISFRUTE?

Por desgracia todo este esfuerzo quedó arruinado por la Guerra de la Independencia y más concretamente por los ingleses y franceses, guiados unos por su hegemonía marítima y los otros por la estrategia militar. La ruina económica tras la guerra y los nuevos avances bélicos hicieron desistir de la reconstrucción de este sistema fortificado. Hubo que esperar a la Guerra Civil española para que el litoral cumpliera su última misión militar en la defensa del territorio: búnkeres de hormigón frente a la marina franquista.

Estos búnkeres son los últimos elementos de un patrimonio fortificado que llega a los quinientos años de historia. Su valor histórico y su belleza es tan grande como su abandono y mala gestión cultural, como lleva tantos años denunciando Amigos de la Alcazaba. Castillos como Alumbres y San Pedro se mantienen enhiestos, por ahora, gracias al respeto del Tiempo más que por las leyes que los protegen desde 1949, dada la proverbial desidia de las Administraciones responsables. Este patrimonio pertenece a los ciudadanos. Exijamos que sea protegido y recuperado para su disfrute.

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