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Franquistas

Franquistas

Puerta Purchena ·

Ángel Iturbide

Almería

Lunes, 18 de diciembre 2017, 00:39

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Me jactaba no hace tanto de haber conseguido desconectar del tema catalán, del 'procés' como se le ha venido definiendo. No es que no me informara de lo que estaba ocurriendo o de que no viera o leyera informaciones sobre el esperpéntico camino hacia la república, no. Había conseguido que lo que veía o leía no me afectara. Hasta entonces viví todo ese camino con hastío, con saturación de todo el bombardeo mediático al que estábamos sometidos y que, supongo yo, era justificado. Mi opinión al respecto la daba a quien quería oírla, pero sin excesos, no me iba la vida en ello, es más, no me iba nada en ello. Sí que llegué a algunas conclusiones y un de ellas era que tan responsables eran los gobernantes catalanes como los españoles por haber permitido instalar este circo y habernos hecho partícipes de todos sus números circenses tanto de los equilibristas como de los payasos.

El caso es que fui sobreviviendo al 'procés' más o menos bien, pero con cierto recelo porque a lo largo de mi vida he aprendido en carne propia que los nacionalismos y los independentismos; las diferenciaciones entre pueblos; el ser uno mejor que el otro, todo ello es muy peligroso.

De la cuestión catalana no compartía la manera grotesca en que se ha llevado a cabo, porque el fondo pues, puedo llegar a entender aunque no a compartir. Es decir que a mi no me va la vida en si Cataluña se separa de España y forma una república siempre que la decisión se adopte de acuerdo a la ley y una inmensa mayoría, de uno y otro lado, lo asuma y lo comparta. Ahora bien, la manera de hacer las cosas, las ambigüedades, las decisiones contra la ley y contra el sentido común, los comportamientos totalitarios que hemos visto, y un largo etcétera no ha sido nada ejemplar por parte de unos dirigentes, de uno y otro lado, que debieran haber tenido más altura política y mucha más inteligencia. El 'por mis narices', unas y otras, debería ser algo superado, pero hemos visto que no ha sido así.

Pero lo que realmente me ha movido a escribir esta columna y a manifestar algo de lo que pienso fueron los gritos de «franquistas» que oí el otro día. Una gran concentración 'políticoturística' se desarrolló durante el puente de la Constitución (ironías de la vida), cuando miles de catalanes se fueron a Bruselas a mostrar su apoyo a Carles Puigdemont. En la misma y con ardor grupal se llamó 'franquistas' a cuantos no pensamos igual que ellos. Y eso me tocó y me dio como un calambrazo por dentro. Es curioso, pero gente que en 1975, fecha en la que murió Franco, o no habían nacido o estaban comiéndose (literal) los mocos en la trona nos llamaban franquistas. Gente que no tiene ni idea de cómo se vivía en este país en los años 70; de cómo se luchaba entonces por la libertad y la democracia; de cómo murieron muchos por conseguir derribar al dictador; de cómo había que enfrentarse a unas fuerzas armadas que no son las fuerzas de seguridad de hoy; de lo que suponía pasar una noche en los calabozos del Gobierno Civil de los que salías con unas cuantas bofetadas en el cuerpo en el mejor de los casos... Estos que están haciendo la 'revolución' hoy, repito, se comían los mocos en las tronas o jugaban a las canicas por aquel entonces. Oriol Junqueras en 1975 tenía 8 años; Carles Puigdemont, 13; Raúl Romeva, 4; Marta Rovira, le faltaban dos años para nacer; Anna Gabriel, nació ese mismo año; Jordi Turull, 9; Josep Rull, 7 años. Los mayores eran Artur Mas y Carme Forcadell que habían cumplido ya los 19 años. Por eso, no consiento que me insulten o que me quieran dar lecciones de democracia, cuando no tienen ni idea de lo que significa vivir sin ella.

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