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La Virgen a su salida de la iglesia de Santiago.
Felicidades, Soledad

Felicidades, Soledad

La cofradía de Santiago realizó el viernes una de sus Estaciones de Penitencia más especiales en un año que viene cargado de muchas celebraciones

JOSÉ LEYVA

Domingo, 27 de marzo 2016, 00:16

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Siempre es un placer disfrutar del tránsito de la cofradía de la Soledad por cualquier calle de las que componen su itinerario. Pero es que ayer, además, la salida en procesión de esta hermandad tenía un sabor especial por la efemérides que los hermanos Soleanos celebran este año; Se cumplen setenta y cinco años de la bendición de la imagen de la Virgen de la Soledad.

¡Cómo estaba la Plaza de la Catedral cuando llegaron los Soleanos! Un mar de cabezas aguardaban el tránsito de la cofradía por la Plaza y su Estación de Penitencia que, con tanto cariño y con tantas verdades bien dichas, pronunció su director espiritual, don Francisco Escámez, que estuvo acompañado por don Ramón Garrido. Empieza a haber nombres y presencias en nuestra curia que nos alegran enormemente a los fieles cofrades porque son pastores que entienden y comparten nuestra sensibilidad y que saben hablarnos en el idioma que nosotros mejor entendemos.

El silencio fue la tónica dominante al paso del cortejo de Soledad. No les voy a mentir, murmullo sí que había, pero se tornó en admiración cuando la Virgen asomó por General Castaños y se presentó en la Plaza de la Catedral. Radiante y hermosa como solo puede estar la Virgen cuando cumple setenta y cinco años, cautivando una vez más los corazones de sus hijos almerienses, así nos iluminó la Señora cuando la vimos aparecer. Sentimos el peso de su soledad, de la soledad de una madre que ha perdido a su hijo primogénito y, con él, casi su propia vida. Y volvimos a arroparla y a darle nuestro cariño incondicional primero por Madre de Dios y, segundo, porque aunque cada uno de nosotros tenga su hermandad, toda Almería es de la Soledad como bien me dijo un gran amigo.

Después de acompañar al cortejo Soleano en su Estación de Penitencia, volví a disfrutar de su tránsito por la Carrera Oficial de la ciudad y allí, en el Paseo, donde la Almería cofrade se mezcla con la Almería anónima y devota, volví a comprobar el peso que esta hermandad tiene en la historia de la ciudad y la categoría de sus hermanos cuando se hacen cofradía y salen en procesión. El cortejo iba bien 'abrochadito', con las filas recogidas y sin romper la estética que mantiene tanto si transita por una calle estrecha como si lo hacen por la amplitud del Paseo. Largas filas de penitentes, orden al caminar, respeto al detenerse, elegancia en la forma de trabajar los pasos, mimo en cada chicotá, dedicación y entrega a los fieles tras el centenario manto de la Virgen. Y la calle respondiendo con respeto y cariño a una puesta en escena tan brillante. Fue fácil sentir el desconsuelo en las imágenes del misterio del regreso del sepulcro como también fue sencillo adivinar el sentimiento de Soledad en el sereno y hermoso rostro de la Madre de Dios. Un cortejo de duelo, una catequesis sobre cómo soportar el dolor a la muerte, una lección divina impartida por el hombre pero inspirada por Dios.

Y es que la Soledad es mucho más que una cofradía que sale a la calle en noche de Viernes Santo en procesión, es también una hermandad que el resto del año predica con el ejemplo. Más de doscientos años asistiendo a los almerienses más necesitados, más de doscientos años presentes en la vida de la ciudad y azotada y castigada severamente solo una vez, cuando una fratricida guerra entre hermanos dividió a España en dos y se llevó a una dolorosa de mirada serena que, al poco, resurgió de sus cenizas como el Ave Fénix para volver a ser Madre y Protectora de la Almería penitente. Y ya se cumplen setenta y cinco años de ese regreso.

La Cofradía de la Soledad abandonó el Paseo y, por Ricardos, se marchó en busca de la legendaria calle de las Tiendas, pasillo celestial en el que se puede sentir su aliento reconfortante. Almería la llama Soledad porque, en su semblante, revive esa triste emoción de la Madre que pierde al fruto de su vientre pero, paradójicamente, la arropa con tanto cariño que su nombre, en vez de evocar tristeza, despierta el más hermoso de los comportamientos. Y, este año, tendremos mil oportunidades más de agasajarla para consolarla. Es un año de celebraciones y, el cuatro de junio, volveremos a verla por las calles más acompañada que nunca. Allí estaremos los miles de almerienses que la amamos y, con nosotros, el recuerdo de los miles y miles de almerienses que, durante setenta y cinco años, nunca la han dejado sola.

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