Borrar
El árbol. Isabel otea el horizonte desde su terraza, desde donde ve el interior de la casa donde se asesinó a una niña de 7 años y crece un árbol sin control.
La paradoja de la maldita casa 130

La paradoja de la maldita casa 130

Hace 14 años que asesinaron a la niña Montse en una vivienda hoy abandonada de Piedras Redondas. En su interior ocurre algo que le niega el sueño a su vecina

Sergio González Hueso

Domingo, 14 de febrero 2016, 01:11

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Toda una paradoja es lo que tiene preocupada a Isabel desde hace tiempo. Se trata de la vida pero también de la muerte. De algo que contra toda lógica viene sucediendo sin remisión en la casa 130. En la maldita casa 130 de la calle Sierra de Fondón, en Piedras Redondas, la misma que se ha convertido en patrona de sus desvelos. En protagonista absoluta de sus peores episodios estomacales. En la responsable de que prefiera prohibirse las preciosas vistas que tiene al alcance desde su terraza.

Desde hace más de 14 años recuerda ya sin lágrimas, con una gestualidad cansada y mientras se susurra abominaciones a sí misma, lo que un mal día sucedió en la vivienda contigua a la suya. El asesinato de la niña Montse se hizo un hueco preeminente en la crónica luctuosa del país copando minutos desoladores de radio, abriendo telediarios tristes y llevándose portadas que vistas hoy hielan la sangre de cualquiera.

Lo que sucedió aquel día tras el umbral de la puerta junto a la de Isabel conmocionó no sólo a un barrio entero, también a un país cuyos ciudadanos nunca entenderán por completo lo que de verdad esconde a veces la naturaleza humana. Mientras para casi todos el episodio ya sólo resuena como un mal eco lejano, su truculencia y consecuencias continúan marcando directamente la vida de esta vecina casi 15 años después. Para IDEAL, accede por primera vez en mucho tiempo a subir unos minutos a su terraza, desde donde puede ver el interior de la maldita y abandonada casa 130, lugar donde se perpetró el crimen de Montse.

Con un silencio atronador, la mañana cálida de enero se abre paso entre los tejados de este barrio atalaya de la capital. Isabel vive ya llegando a Los Almendros, por lo que desde lo alto de su vieja vivienda se presenta sumisa casi toda la geografía urbanística de la ciudad. Frente a ella, trata de explicar lo que sintió al enterarse del macabro asesinato. «Me lo contaron por teléfono y me quedé completamente paralizada. Sería imposible precisarte por cuanto tiempo estuve sin poder moverme. Sólo sé que de repente se me descompuso el estómago de tal manera que tuve que salir corriendo al baño». A esta vecina se le ha estado repitiendo esta alteración fisiológica como una maldición. Le pasaba cuando alguien le mencionaba el 'caso Montse'. Aparecía entonces revoloteando entre sus pensamientos la niña y su sufrimiento, la madre y su desconsuelo, los asesinos y su vileza. Siempre acababa corriendo.

Las crónicas de entonces cuentan que el 17 de marzo del año 2002 Montserrat Fajardo «fondona y alegre, como cualquier niña de siete años» -como se puede leer entre los testimonios de aquellos días- acudió al cumple de su primito Juan Carlos, pero no volvió nunca a casa. Tras seis horas de «angustiosa búsqueda» el barrio se encuentra de bruces con el horror.

En el interior de una caja de cartón a menos de 100 metros de su casa aparece el cadáver de Montserrat Fajardo bien entrada la madrugada. La proximidad del hallazgo y la condición de la niña no dejan lugar a dudas: había sido alguien del barrio, conocido o familiar. Alguien para quien había sido fácil cometer el crimen sin levantar sospechas entre unas calles en las que todos se tratan con familiaridad. La autopsia confirmaba al día siguiente la crueldad del crimen.

«A la niña le sellaron la boca con cinta adhesiva, maniataron pies y manos en una silla, apuñalaron -en 36 ocasiones- en varias partes de su cuerpo y posteriormente limpiaron en una bañera. No contentos con ello utilizaron algún tipo de disolvente para tratar de desfigurarle la cara. Posteriormente envuelta fue metida en una caja de cartón». Con este párrafo extraído de una de las crónicas publicadas por este periódico durante aquellos días de dolor, Isabel, harta de vivir instalada en el pasado, sale indemne así de enfrentarse de nuevo a los detalles.

Los culpables

«Aparece colgado de un árbol el tío de la niña asesinada en Los Almendros». El 20 de marzo de 2002 IDEAL titula así la información que abre el periódico con el que muchos almerienses toman el desayuno ese día. Han pasado apenas una horas desde la muerte de Montserrat Fajardo y mientras la impotencia comienza a ganarle la batalla a la conmoción inicial, una clase de alumnos de excursión por un paraje cercano al barrio se encuentran a un hombre ahorcado.

El relato da así un giro crucial y en mitad de la incertidumbre la cruda realidad vuelve a aparecer sin avisar. Tras la identificación del hombre el epicentro del mal parece claro: la vivienda 130 de la calle Sierra de Fondón. Su mujer y tía de la niña es detenida instantáneamente por la Policía en el tanatorio. Juana S. no sabía lo que acababa de hacer su marido, al que ya acusan de haber perpetrado el crimen y de haberse matado al abandonarse a la conciencia. Juana S. acompaña a los investigadores a su casa, de donde intervienen una silla, un barreño y ropa manchada de sangre. Aquel día acabó con la Policía en los calabozos. Nunca más ha vuelto a pisar la calle.

Con restos de ácido corrosivo en la mano que la inculpan aún más, tras muchas horas de arresto e interrogatorios durísimos la sospechosa delata a una tercera persona, a Engracia. S., la tía abuela de la niña, a la que también acaban acusando, al igual que su marido, de haber participado en el abyecto crimen. «La cosa se puso muy tensa en el barrio. La gente quería justicia y pensaba que la familia de la niña se la tomaría por su cuenta», explica Isabel, quien recuerda que hubo un tiroteo sin heridos algunos meses después del crimen. No pasó de ahí. A esas alturas los acusados permanecían en la cárcel esperando el juicio y en el barrio trataban de recuperarse de lo que había sido una sinrazón sin móvil aparente. «La Policía, que se quedó varios días en el barrio para evitar incidentes, acabó por abandonar cuando se apaciguaron los ánimos. La 130 fue precintada y olvidada», cuenta Isabel.

La paradoja

«Es curioso -explica José- que pese a que la vivienda lleva más de diez años vacía nadie mas que algún yonki se ha atrevido a entrar». Como si estuviera maldita, con su antigua inquilina cumpliendo una larga condena en la cárcel, la casa 130 continúa casi tal y como la dejó la Policía tras sus registros. La paradoja es que allí, donde la muerte fue, desde hace ya algún tiempo la vida lo está llenando todo.

El olvido de la casa 130 es para todos menos para Isabel, que teme que un árbol que crece sin control en el patio de la vecina se lleve su casa -su vida- por delante. Las ramas ya han sobrepasado la altura de su terraza. Si está así aquello que puede ver, no quiere ni pensar lo que está oculto: bajo el suelo. «Necesito ayuda. Si nadie hace nada contra el árbol me tirará la casa», cuenta esta vecina, quien pide a las autoridades que le echen una mano y entren a cortar de raíz o bien muden el patrón de su desasosiego. Desde su terraza ya es imposible ver el patio ciego de la casa de al lado.

Las dimensiones de la planta amenazan con su torrente vital el presente y futuro de una señora que no tendría adonde ir pues huye del pasado. «Sólo quiero vivir tranquila de una vez», reconoce Isabel, que por ironías del destino no le queda otra opción que erradicar la pizca de vida que queda en esa casa si es que algún día aspira a conciliar el sueño por las noches.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios