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El doctor Abdallah, junto al paciente Rafael Amat y las demás especialistas, enfermeras y auxiliares que han atendido al enfermo en el Hospital Virgen de las Nieves.
Un paciente 'milagro' llamado Rafael

Un paciente 'milagro' llamado Rafael

Un almeriense de 45 años sobrevive a una rotura total de aorta tras ser operado 'in extremis' en Granada

Ángeles Peñalver

Miércoles, 30 de septiembre 2015, 01:49

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A Eva María Cabañas, de 37 años y con tres hijos de 18, 14 y 13 años, los médicos le aplicaron hace tres semanas el protocolo de fallecimiento de un familiar y un psicólogo se metió con ella en una sala del Hospital de Poniente para recomendarle que llamase a su familia, que su marido no iba a salir de aquello. Mientras tanto, el padre de sus hijos, Rafael Amat, de 45 años, se debatía en quirófano entre la vida y la muerte, después de que su aorta -la principal arteria del cuerpo humano- se hubiera roto sin previo aviso. Él ni fumaba ni tenía hipertensión, sólo antecedentes familiares lejanos. Los fuertes dolores abdominales de los últimos días -que llevaron a los médicos almerienses a pensar que tenía gastroenteritis, un problema de riñón o de vesícula- acabaron en fuertes espasmos y un desmayo.

Entonces, la cosa se puso muy seria, volvieron a urgencias y empezó un camino cuyo final natural habría sido la muerte. El cantante Carlos Cano, por ejemplo, recorrió aquella senda fatal. Pero la fuerza de Rafael, la entrega y la pericia del equipo de quirófano que lo esperaba en Granada obraron el milagro, una palabra que no tienen reparo en usar ni los médicos ni el matrimonio.

Actuación del 061

«Cuando lo estabilizaron en Almería, lo montaron en helicóptero sanitario del 061 para traerlo a Granada. Estamos muy agradecidos. Esto es una lotería», explica Eva María, trabajadora de un semillero.

El cirujano cardiovascular Abdulreda Abdallah, del granadino Virgen de las Nieves, insiste en que la entrega y perfección técnica de todo su equipo, de la UCI y de Anestesia hizo posible que Rafael, un currante de los invernaderos al que le ha cambiado la vida para siempre, vaya a salir andando del hospital. «Previo aviso telefónico llegó el paciente en helicóptero desde Almería, como estaba crítico, lo pasamos directamente al quirófano, ya preparado para él, sin pasar por la UCI. Todo funcionó con extrema rapidez. Al abrir el esternón y el pericardio -membrana que envuelve el corazón- que comprimía la aorta, se produjo la rotura total de esa arteria. En esas situaciones se produce normalmente la muerte instantánea del paciente por la pérdida de todo el volumen hemático (sangre) y la parada cardiaca», narra el cirujano Abdulreda Abdallah, quien estaba de guardia aquel día en que «desde los celadores, hasta la última enfermera y todas las doctoras» actuaron con una precisión y rapidez perfectas.

Abdo, así se conoce comúnmente al doctor Abdallah, sujetó con su mano la aorta rota, mientras que en pocos minutos se logró conectar al paciente a una máquina que se ocupa de la circulación y depuración sanguínea, cuando lo normal es invertir alrededor de media hora en ese procedimiento. Entonces, a corazón parado, se procedió a la técnica quirúrgica correspondiente, cuando lo protocolizado hubiera sido dejar marchar a Rafael hacía un rato.

«Tras seis horas, se bajó al paciente a la UCI en situación favorable, pero se produjo otro taponamiento -los drenajes no expulsaban fuera del cuerpo la sangre acumulada- y en la misma UCI se abrió el tórax de nuevo, con la implicación perfecta de todo el personal. Por segunda vez se mandó al paciente al quirófano y media hora más tarde volvió a subir a la UCI con una buena evolución. Tanto que ahora se encuentra en planta a la espera de darle el alta domiciliaria», abunda Abdo.

«Perdón y gracias»

Rafael abre la boca para pedir perdón. Después de una semana sedado y dormido en la UCI, al despertar, no se le ocurrió otra cosa que soltarle improperios a las enfermeras. «Lo siento, se lo he dicho mil veces, era fruto de las drogas médicas. Estaba muy agitado. Sólo tengo palabras de agradecimiento por cómo nos han tratado todos aquí en Granada», narra. Su mujer no le suelta de su mano en los paseos que dan por la octava planta del hospital, mientras lo mira con cara de amor y se ríe. Le parecen graciosos los tacos que Rafael soltó por la boca nada más volver a la vida. Él pensaba que llevaba un día dormido, pero había pasado una semana en tierra de nadie. Los delirios iniciales eran normales, ahora habla con total cordura y se acuerda de algunos detalles incluso mejor que Eva, a quien por dos veces los médicos la prepararon para decirle adiós a su marido.

«Aquella noche todos los que intervinieron actuaron de forma ejemplar. Una gran profesionalidad e implicación correcta pueden salvar a pacientes muy complejos. Una actuación así nos permite afrontar el futuro con ánimo e ilusión para desarrollar nuestro trabajo sin complejos y con orgullo», abunda el cirujano, que rehusa quejarse públicamente sobre las condiciones laborales del SAS, aunque reconoce que en su servicio hay más listas de espera de las deseables.

«El equipo ha ofrecido al paciente lo más valioso, la vida, pero Rafael nos ha dado la fuerza y la ilusión para poder ofrecer todo lo que tenemos a otro enfermo. Si me preguntas quién ha sido más generoso, yo pienso que el paciente», se despide el doctor Abdallah, rodeado de un equipo sanitario principalmente femenino en el que brillan ojos de ilusión.

Junto a él, la residente de cirugía Teresa González, los anestesistas Fany Rodríguez y Francisco Santiago, las intensivistas Patricia Castán e Inés Navarrete y el resto de enfermería y auxiliares de esos servicios comparten la suerte de haber participado ese aquel crítico momento.

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