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Pedro Bravo, el jueves, minutos antes de la presentación de su libro en Almería.
«La bici es aún el patito feo porque somos muy burros»

«La bici es aún el patito feo porque somos muy burros»

Pedro Bravo, autor de 'Biciosos'

Miguel Cárceles

Lunes, 22 de diciembre 2014, 00:39

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¿El hábito no hace al monje? Pues puede que sí. Por mucho que sea una máxima -y como tal, nace como una realidad absolutamente irrefutable- la homonimia permite que hagamos este juego de palabras. El hábito del monje, su vestido, no conlleva poderes sobrehumanos que condicionen su conducta, su compromisos, sus horarios o el qué comer. Sin embargo, los otros hábitos, los modos de proceder, son determinantes, aprendidos por repetición y, generalmente, aunque mutables, difícilmente reversibles.

-La bici es ecológica, rápida, económica, es un gimnasio gratis, hace feliz... Entonces, ¿por qué sigue siendo el patito feo a la hora de movernos?

-«Siguiendo con la metáfora animal, porque somos muy burros».

Pedro Bravo, madrileño -su abuelo es almeriense, dice por insistencia materna- se ha convertido por mérito propio en uno de los agentes más influyentes en esto de la movilidad ciclista. El jueves estuvo en Almería, invitado por el colectivo por una movilidad sostenible Doble Fila, presentando su último libro, 'Biciosos'. Un best-seller entre los convencidos de esto de los pedales.

Su máxima, insistente, es «más bicis, mejores ciudades». Está convencido de ello en una militancia sin exclusiones, que pasa por ser peatón, ciclista y conductor ocasional. Pero sobre todo ciclista. «Me hace feliz», resume. «Si la bici es el patito feo es porque nos cuesta mucho cambiar de costumbres aunque éstas nos hagan infelices, nos enfermen y nos quiten tiempo y dinero que es lo que nos hace eso de ir en coche a todas partes. Y porque hemos dejado que nos diseñaran las ciudades y la vida en torno a esos coches los que mandan, o sea, los lobbies industriales». Los coches salen en los anuncios en paisajes paradisíacos, en carreteras rectas y sin tráfico. Nunca en gasolineras con precios exorbitantes, «nunca en su espacio natural, que es un atasco», recuerda Bravo. Y ese imaginario, cala.

A la bici, que 'eppur si muove', le cuesta en este contexto revolucionar de forma rauda. Eso no quita que, poco a poco, paso a paso, como el que no quiere la cosa, gane terreno en nuestras ciudades. El cambio es «imparable». En Sevilla, el número de bicicletas en las calles se multiplicó por once en los últimos cinco años. Nueve de cada cien viajes se hacen ya a horcajadas de un vehículo a pedales. «Aunque ahora pueda haber poca bici en Almería, seguro que en unos años la cosa cambia. Pasó en Sevilla y pasará aquí», asiente Bravo. Un convencimiento que nace de su propia experiencia: Madrid, una ciudad con un tráfico agresivo, está floreciendo de bicicletas. ¿Por qué no aquí?

Se deja entrevistar con familiaridad y responde con frescura. Le hago una pregunta con todos los dobleces del mundo. «¿A que resulta más fácil ir todos los días al trabajo en bici que llegar de Madrid a Almería?». Y él recoge el guante: «Seguro. Y más corto. Pero yo me venía a vivir y a trabajar a Almería encantado. A ser posible a trabajar poco y en Rodalquilar o así». Está claro que los deseos de Bravo no son, precisamente, estridentes. Porque Almería es su paraíso -como el de muchos- y por aquí se deja ver a menudo para descansar. A veces con la bici, a veces sin ella.

«¿Qué se llevaría a una isla desierta?», le pregunto. Y él me deja con dos palmos de narices -yo esperaba que me dijera que una bici-. «Gente. Buena gente. Pero no muchísima, que no soporto los atascos». Bromea, sonríe y fuma de forma esporádica mientras suelta sentencias tan obvias como sorprendentes.

-Una duda existencial ¿Se liga en bici?

-Sí. Mucho.

-Si es así, déme la receta.

-No pienses que el problema está en la bici.

Apesadumbrado -no sé si me ha llamado feo o torpe en estas lides- la conversación termina posando de nuevo sobre la materia del libro y, por lo tanto, de su viaje a Almería. Hablar de mejores ciudades, de «ciudades para ciudadanos y carreteras para carros». Y por ello, sin ser un extremista, es partidario de constreñir el tráfico de vehículos a motor en los centros históricos, de «pacificar» las siempre veloces e inseguras grandes vías urbanas. De optar por el transporte público y, sobre todo, de proteger al peatón, el eslabón más débil de la cadena.

-Usted llega a decir que va en bici porque le hace feliz. ¿Se ha convertido en un coach de la movilidad?

-Demonios, espero que no, aunque aún no sé muy bien qué es un coach. Mi libro anterior, 'La opción B', era una novela que retrataba mundos narcos. ¿Seré también coach del vicio con v?

Aunque bromee, Bravo es lo que es, todo un mentor en esto del ciclismo urbano. Ha conseguido montar a lomos de la bici a más de uno eliminándole las excusas con su libro. Algunas de ellas, de lo más peregrino. «Que nuestras ciudades no están preparadas para ir en bici. Lo dice todo el mundo constantemente y se comunica así desde los medios. Se puede decir que es la mentira móvil de España». Su aportación es emulable, a pequeña escala, por todos aquellos que alguna vez la usamos en Almería. «Cada uno que va en bici por su ciudad hace unos cuantos conversos solo por el hecho de dar pedales. Mucha gente tiene ganas de bici pero no se atreve. Cuando ve a alguien que conoce hacerlo, le parece posible y se lanza».

Y una vez sobre la bici, pasan cosas normales. Que nadie se espere a flotar sobre las nubes. «Qué es lo más raro que le ha pasado jamás a lomos de su montura. Yo le confieso algo que a mí me marcó: una vez se acordaron muy cariñosamente de mi madre por circular por la calzada y no por la acera», le confieso. Él cree que los españoles somos más cívicos y respetuosos de lo que pensamos, «a pesar de las excepciones. «Me ha pasado un par de veces que se me cuela el cordón de la zapatilla en el plato. En una bici de piñón fijo, lo cual lo convierte en un lío serio. Y las dos veces en grandes avenidas de Madrid con coches circulando a tope. Living la vida loca».

-¿Se siente usted en Almería predicando en el Desierto?

-No. Me siento rodeado de buena gente como el colectivo Doble Fila. Buena gente que también me lleva de 'Tabernas' [lo dice, también, con doble sentido].

Y así fue. Entre otras tabernas a Casa Puga. Las últimas diatribas, como buenos cicerones, con un americano en el Kiosko Amalia, al borde de la medianoche. Pero con las bicis aparcadas. Porque la bicicleta no es, en absoluto, una religión, es solo, meramente, un modo como otro en el que ir de un lado a otro.

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