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Mujo, cazurro, socarrón y listo, muy listo
EL PERFIL DE GABRIEL AMAT AYLLÓN

Mujo, cazurro, socarrón y listo, muy listo

PPLL

Domingo, 23 de noviembre 2008, 12:34

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DECIR su nombre es como abrirse de par en par una puerta en cualquier sitio a este lado del río Andarax y las dos si se pronuncia una vez que se cruza la rambla del Cañuelo, en Roquetas. Hubo un tiempo en el que se le llegó a cambiar el apellido a esta capital turística de la provincia y en cuanto uno pasaba el pedazo de Enix que hay en el Cañarete, se le decía que entraba en Roquetas de Amat. Y el caso es que enfundado de forma impecable en ese traje gris, nadie diría que un solo gesto suyo es suficiente para allanar el resto del camino. Es que este roquetero de adopción y por entero de cuerpo y alma, siente a Roquetas de Mar como si su madre lo hubiera parido en el castillo de Santa Ana y lo hubieran bautizado con agua mediterránea y sal de las Salinas, quizá por eso ha sido de los más decididos a la hora de dar pasos que luego han quedado consolidados por la fuerza de los hechos. Los hombres de la mar roquetera han dicho de él que es un mujo; los de los arenales lo llegan a definir como un cazurro socarrón y los de más adentro, como uno de ellos. El caso es que es capaz de convencer a la mayoría, de analizar de un vistazo la situación, de aconsejar y de actuar sin que le tiemble la mano. Lo mejor que tiene es que no renuncia para nada a su pasado porque asume que gracias a él, Gabriel Amat es Gabriel Amat sin haber tenido que pasar por una universidad distinta a la de la vida. Ha vivido, ha visto, ha asumido, ha aprendido, ha aplicado... y lo que le queda por contemplar, por analizar, por entender, por aplicar... Como alcalde, como presidente del PP provincial y muy especialmente como persona que además se sabe querida y admirada sin haber tenido que dar nada más que las voces justas en el momento preciso. Dios parece haberle dado el don de la oportunidad y él, que lo sabe bien desde que se embalaba con aquel motocarro que parecía que trotaba cuando iba cargado de hortalizas en busca de comprador, mantiene la confianza en que haga lo que haga le saldrá bien. A veces parece un abuelillo de esos que se asoman al rayico de sol del mediodía para tomar el pulso a lo más cercano, a lo que pasa a su alrededor, a lo que le deja huella y le da sombra. Gabriel prefiere que eso ocurra en su despacho del Ayuntamiento o en el directo más directo de acudir a cualquier barriada de su pueblo, a cualquier casa de un vecino para interesarse por cómo van las cosas. Tampoco duda en mezclarse con los trabajadores de una obra pública municipal, en parecer uno de ellos mientras los rivales políticos se dedican a criticarlo. No desentona ni con el paisaje, ni con el mobiliario, ni con reyes ni princesas, sabe que representa a lo más grande del mundo mundial y lo hace con esa naturalidad que convierte en normal lo que otros temen. Y es que si presume de algo es de Roquetas; si pide para algo, es para Roquetas; si se refiere a algo, habla de Roquetas... Al final al que le van a cambiar el nombre será a él y lo presentarán como Gabriel de Roquetas de Mar, su pueblo. Como político que decidió una opción concreta porque creía y cree firmemente en ella sabe que es observado, criticado hasta en lo más íntimo, analizado desde el microscopio que busca cualquier fallo, pero también se reconoce admirado por los contrarios a su idea, y acaso piensa que quien de esos no lo admira, seguro que lo envidia, especialmente a esa hora del recuento del último voto, donde, hasta ahora, arrolla. Posiblemente aquí es donde se le escapa una parte de la socarronería que atesora porque no se le escapa que si ha llegado donde está y si su partido ha escalado posiciones, pese a las escisiones de Almería y El Ejido, es porque se ha trabajado sin perder la esperanza, de la misma manera que él, en lo personal, hace unos años, se aplicaba día tras día, noche tras noche, como un pionero más en el milagro de esta tierra almeriense. Muchos eran los empujones y numerosas las zancadillas. Había que inventarlo todo porque nada existía y lo que había, en muchas ocasiones, era desconocido. Se aplicó la receta y ahora, aunque con variantes, sigue siendo la misma, la misma poción mágica del druida de la tribu. Tiene otra virtud. Confía en los jóvenes. Es parte de su éxito. Él mismo se rejuvenece cuando está con ellos. Aprende mientras les enseña a ser pacientes, a regular. Les ofrece su confianza y les da responsabilidad. Así cualquiera, los tiene en su mano. Su faceta menos conocida es la familiar. Es celoso de su intimidad y las fotos son suyas, forman parte de esa vida que en absoluto es pública. Son de esos momentos en los que corta cualquier comunicación con el exterior aunque con el aviso, eso sí, de que le informen de todo si es importante. Se deshace del móvil, de su traje gris, de su uniforme de trabajo y entonces, quienes comparten ese momento con él, acceden a sus actitudes cariñosas y dulces, a sus reprimendas de cabeza de familia, a sus consejos de quien ha pasado antes por ahí. De vez en cuando abre una rendija al exterior casi siempre para que pasen esos amigos que se han cruzado en su vida para quedarse para siempre. Ellos guardan, en la caja fuerte de la confianza, los secretos de camaradería y farra, los recuerdos de alegría y de pena, los momentos de gloria, las decepciones, los intentos fallidos, los logros... y, por supuesto, la imagen de una evolución en el tiempo, desde aquella Roquetas de Mar que apuntaba a algo, a la que es hoy, mientras se prepara para el mañana. Y en eso anda este Gabriel de gabrieles, siempre metido en algún proyecto que ensalce a su pueblo y ocupado en hacer más grande a su partido desde un discurso de confianza y ejemplo. Esa parece ahora la gran empresa de este pequeño gran hombre que mantiene esa mirada directa y clara de quien se ha curtido en mil batallas y cuyas arrugas delatan el secreto de que ha sabido ganar la guerra. No cabe duda de que podría haber sido un gran cirujano en el quirófano, un gran farmacéutico en la rebotica, un ingeniero perfecto en el astillero, un letrado de fama en el juzgado... lo que hubiera soñado. Pero es lo que realmente ha querido ser y eso le honra porque ha cumplido con la primera premisa de su vida: no engañar a nadie y mucho menos engañarse a sí mismo. Se llama Gabriel y no le hace falta el apellido para que todos sepan de quien se habla.

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